martes, 1 de febrero de 2011

LA AUSENCIA

Aurora, sentada sobre la fina arena de la playa, observó como descendía el sol enrojecido durante el crepúsculo. Este, tras la línea del horizonte, poco a poco se fue ocultando de su triste mirada.

A su lado, aún se marcaba la figura esculpida de él sobre la arena, mientras, que la espuma que provocaban las olas sobre la orilla, la intentaban borrar antes de que el sol desapareciera del todo. Tras de si, sólo quedaba un angustioso silencio.

Cansada de soñar, había buscado entre la brisa por si aún quedaba la aroma de su esencia. Sin ella sabía, no recuperaría un atisbo de su presencia. Escuchó el lamento de las olas, por si en el silencio, la llegaba el sonido lejano de su voz.

Su soledad la asustó. Ya que ahora temía, que durante algún tiempo todo le hablara de él. Imágenes como el sol, las gaviotas, la arena, las olas, el susurro que provoca al deslizarse el agua por los acantilados; todo envuelto en un eco mudo, la harían regresar al recuerdo.

No tenía nada a su favor. Ni siquiera las estelas de luz que provocan las estrellas fugaces, donde antaño habían depositado sus deseos, serían ahora altavoces desde donde se anunciara su regreso.

Dentro de la soledad, donde ella pretendía que habitara su sosiego, había una tristeza absoluta. Ahora, oculto el sol, la pálida luna reflejada sobre las aguas de un mar tranquilo, escucharía en silencio sus sollozos.

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