miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA HISTORIA DE MI PRIMER BESO


Aquellos si que fueron tiempos difíciles. A mis catorce años, estaba obligada a trabajar cada mañana, en el kiosco que mi padre tenía en la plaza del Campillo. En principio, tenía que reemplazarle durante cuatro horas, mientras, él atendía un almacén de libros antiguos. Allí ocupaba mi tiempo hojeando revistas y cuentos, a la espera de la llegada de los compradores.
Acabadas las clases de la mañana, era el momento que los chicos y chicas de mi edad, solían pasar por nuestro puesto en busca de tebeos, cromos, chuches etc. Yo hasta cierto punto lo deseaba, ya que entre todos ellos se encontraba Juan.
Reconozco que el chico no era muy guapo y hasta cierto punto un poco soso. No osaba siquiera mirarme a los ojos de pura timidez. Pero a mi me gustaba. Aquél día decidí debía dar un paso más, para que se fijara en mi.
Como cada día a esa hora, pude ver como Juan y varios de sus amigos, se aproximaban al kiosco. Estos no hacían más que burlarse de él. Supuse, que sus compañeros se habían dado cuenta de que me atraía, y le gastaban bromas a mi costa. Hice caso omiso a sus burlas. Le llamé por su nombre, y él se ruborizó. Extendí el brazo con los cromos, y le pregunté.
— ¿Verdad qué haces esta colección?
—Sí —me contestó reflejando su timidez
—Cógelos, son para ti.
No me dio ni las gracias, y se marchó con su grupo tan bulliciosos como habían llegado. Más tarde descubrí, que se había olvidado la cartera sobre los periódicos. La recogí y la puse junto con las cosas que después debía llevarme a casa. Ahora quedaba lo peor, como contar a mi padre, la falta de aquellos cromos que le había regalado. Pero no había vuelta a tras.
Tras llegar mi padre, regresé a nuestra casa, en la calle Las Cadenas. Me encontraba cerca del domicilio, cuando descubrí que Juan me estaba esperando solo. Se acercó a mi y sin intercambiar palabra, me tomó de la mano, he hizo que le siguiera hasta el portal de una casa abandonada y en ruinas. Le seguí sin rechistar, mientras el corazón pretendía escapar de mí.
Una vez en el interior de aquel patio cubierto, me cogió por la cintura y depositó un suave beso sobre mis labios. Tuve la sensación de que iba a desmayarme, pero cuando él se separó por temor a mi reacción, fui yo la que se lanzó a sus brazos, y mi boca se abrió, para que él introdujera su lengua. Si se sorprendió, no tardó en reaccionar. Ya que mientras me besaba, sus manos recorrían mi cuerpo llenándolo de placer. Sí, lo volvimos a repetir, pero nunca volvería a tener, aquel sabor de la primera vez.  

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