miércoles, 24 de agosto de 2011

EL REGRESO

Valladolid - Campo Grande.
Los andenes de la estación estaban aquella mañana, envueltos por una espesa niebla, cuando el tren expreso entró en ella. Su negra máquina escupía por los laterales, la blanca nube de vapor que emitía para frenar. Viajeros y acompañantes se esforzaban, por encontrar a sus familiares y amigos.
Del segundo vagón bajó un anciano. Con curiosidad miró a su alrededor, aun sabiendo  que no le esperaba nadie. Con paso cansino se dirigió a la salida. Al poco rato de haber abandonado la estación, tuvo la sensación de ser observado desde la distancia.
Pronto supo del porqué de aquella sensación. No muy lejos de la estación contempló la impasible estatua de Colón. Sí, ya lo sabía, era tan solo una estatua inerte, pero sintió como si esta le hubiese reconocido. La volvió a mirar y creyó ver entre la niebla, que la estatua mostraba una leve sonrisa.
Muchos años atrás, aquel había sido el lugar favorito de Teresa y el suyo. Allí, comenzaron a compartir juegos durante las noches veraniegas, mientras que los padres de ambos, intentaban aliviarse del sofocante calor. Luego, llegarían las confidencias, y más tarde, acabarían enamorándose el uno del otro.
Pero la vida les deparaba otros destinos. Teresa abandonaría Valladolid tras sus padres, y él acabaría marchando a Marín donde ingresó en la academia de la marina.
Desde su marcha había andado por muchos caminos. Todos ellos habían llenado su vida y dejado una huella imborrable, sin embargo, en el fondo de sí mismo, sólo tenía una idea: recuperar la memoria de aquellos tiempos.  
Valladolid era su ciudad. Nunca había podido olvidar sus calles y monumentos; por eso ahora en el final de su camino, había decidido volver.
Se dirigió hacia el Campo Grande. Este guardaba entre miles de historias, las de un chaval que comenzaba a desgranar su vida. Pese a que la niebla, no permitía observar las imágenes de aquel parque, él las intuía. Su corazón latía con fuerza, tal vez con demasiada, pero no podía parar.
Dominado por la añoranza de aquellos tiempos, llegó a la Plaza de Zorrilla. Nuevamente tuvo la sensación primera de ser observado. ¿Le habrían reconocido?
Caminó por la calle Santiago hacia la Plaza Mayor. Al llegar allí se sintió fatigado, y viendo que la niebla daba paso a un sol incipiente, se sentó en uno de los bancos. Se quedó dormido y el sueño le trasladó, a una de las páginas de la historia de aquella ciudad.
“Corría el año 1559. En aquel mismo lugar, estaba concentraba en sus estrados, gran parte de la población de la villa. Se celebraba el auto de fe contra el doctor Cazalla y su familia. Una vez oídas las partes, el tribunal inquisitorial procedió a la lectura de las sentencias. Alguna no fue del agrado del público y este reaccionó con griterío. Luego, en el quemadero de la ciudad, con el crepitar de las llamas y los gritos de los ajusticiados, se dio cumplimiento a la sentencia. La leve brisa del momento, llenó de olor las calles de Valladolid”
La noche ya había caído sobre la plaza, cuando un agente municipal viendo que el anciano no se movía, se acercó a él y tocándole el hombro le dijo:
—Señor ¿se encuentra bien? —La única respuesta que hubo, fue el deslizamiento del cuerpo inerte sobre el asiento del banco.
Aquel corazón envejecido por la añoranza, no había podido soportar por más tiempo, la emoción de su regreso.