sábado, 14 de julio de 2012

LA ESCENA


La ciudad de Santa Marta, situada en el departamento de Magdalena, había despertado aquella mañana, con un sol radiante tras una semana de incesantes lluvias. Sin embargo, el personal adscrito a la comisaría central de la policía, no iba a poder disfrutar de tan preciado lujo.

El centro registraba a tan temprana hora, una actividad un tanto febril. La causa era que se había recibido una llamada de urgencia, efectuada por un ciudadano. La denuncia recogía, la aparición de dos cadáveres en un terreno arcilloso, al sur de la ciudad. Hacia allí se había dirigido el comisario Carmona, con un pequeño ejército de agentes.

Los muertos, porque muertos estaban, de eso estaba seguro el comisario, yacían por los suelos abrazados, como si fueran dos amantes en una postrera demostración de amor. Sin embargo, había dos detalles que rompían aquel encanto.

En primer lugar, los cuerpos estaban justo al lado de una carretera, que tenía su final en una explotación de arcilla para ladrillaría. Los cadáveres se encontraban tirados sobre una cama de zarzas, de cuya ausencia de comodidad no le cabía la menor duda nadie; el segundo y más importante era, que toda aquella sangre que encharcaba el suelo a su alrededor, y eso lo demostraban todas las evidencias, era la sangre de ambos.

El comisario cómo si fuese un aficionado a los puzles, dio comienzo su trabajo de investigación. Las piezas le debían ayudar a encontrar, al o asesinos que se habían tomado la molestia de montar aquella escena de teatro.

jueves, 12 de julio de 2012

PRUEBAS CONCLUYENTES

El comandante de la guardia suiza observó desde la puerta del refectorio, el cuerpo sin vida de la joven monja. Pasaban algunos minutos de las doce, cuando Erik había recibido en su despacho la llamada de su ayudante. Todas las pruebas apuntaban a un intento de violación.

El cadáver se encontraba en el comedor, que obispos y cardenales hacían servir durante sus visitas a la curia, además de ser el lugar habitual de trabajo de sor Daniela.

En el sitio fueron encontrados: un botón de color morado, un pañuelo con las iniciales AP y una agenda con algunas páginas rasgadas. El lugar y las pruebas, apuntaban hacia alguno de los miembros eclesiásticos, que allí comían.

Estaba a punto de abandonar la escena, cuando por el pasillo apareció uno de los cocineros, con un carrito de alimentos. Éste al percatarse de que la policía se encontraba en el lugar, se aturdió aunque continuó avanzando en dirección al comedor. Al llegar a la altura de donde se encontraba Erik, éste observó que a la manga izquierda de la chaqueta le faltaba un botón, que debía hacer juego con el de la derecha, que era morado. El nombre bordado sobre el pecho (Antonietti Pisano), acabó por decidir al policía que éste era el asesino.

JUNTOS EN LA ETERNIDAD


Que el aforo del teatro estuviera al completo, indicaba que aquella iba a ser una noche especial. Infinidad de argentinos llegados desde diferentes puntos del país, se habían reunido allí, para asistir a la presentación de un nuevo espectáculo sobre el tango.

El murmullo de las conversaciones, que se encontraban en su momento más álgido, cesó en el momento que el sonido de un timbre, anunció a los asistentes que estaba a punto de dar inicio la función.

Las luces de la sala se fueron apagando lentamente, mientras que desde la parte superior de la platea, unos haces de luces de colores se proyectaron sobre el área escénica. Una vez abierto el telón, el público observó sobre el escenario cuatro parejas de bailarines, que al son de un bandoneón, cuyas notas tristes llenó de nostalgia al público porteño, comenzaron a bailar para los asistentes.

Los ojos de una de las bailarinas derramaban lágrimas a borbotones, como expresión de la tristeza que la invadía. Su pareja, ensimismado con el ritmo de la pieza, ni siquiera se percató. Cuando la música llegó a su final, el bailarín cayó fulminado sobre el escenario. El grito de la mujer hizo pensar al público en lo peor. Y así fue, el hombre había muerto.

Ahora, además del llanto la bailarina añadió a su rostro, una mueca de dolor. Ella sabía que aquello podía ocurrir, pero eso no aliviaba su pena. Las lágrimas habían desdibujado el carmín de sus labios y estas, resbalaban por su barbilla como un reguero de sangre.

El día después del entierro, a la misma hora en que los sepultureros sellaran la tumba, Elvira llegó al cementerio. Se despojó de la ropa que la envolvía, dejando ver su traje negro de baile. De pronto, de un cassette comenzaron a salir las notas de un bandoneón mientras, que la bailarina se deslizaba frente a la tumba de su amado al son de la música. Sergio, un joven enterrador, observaría durante muchas jornadas aquella escena, hasta que una mañana Elvira no apareció.

Dos días más tarde, una pequeña comitiva mortuoria paraba ante la tumba de Ismael. El dueño del teatro viendo que Sergio los miraba sorprendido, le preguntó:

—Joven ¿conocía usted a Elvira?

Éste asintió. Cuando la comitiva marchaba, un miembro del grupo se acercó y le dijo:

—Los hemos enterramos juntos, ya que eran amantes.

miércoles, 11 de julio de 2012

LA TÓRTOLA, EL NENÚFAR Y YO

Hay cosas que aunque pase el tiempo, siempre habitarán en nuestros pensamientos. Eso me sucede con la pequeña laguna situada en el centro del parque de la ciudad. Allí durante la migración, cada tórtolo de plumaje marrón que la visitaba, arrullaba constantemente a una única hembra; mientras, los nenúfares de flores blancas esparcidos por la superficie de sus aguas, navegaban en silenciosa deriva.
Al igual que las tórtolas, nuestras jóvenes hembras merecen ser tratadas con galantería, a la vez que amadas por sus parejas. A lo largo de todo el día y en la oscuridad de la noche, mis pensamientos siempre serán para mi tórtola.
Lucho para que el sueño no se apodere de mí, y así no dejar de sentir su proximidad. A veces he pensado, que si ella rechazara el amor que la ofrezco, la tristeza que inundaría el corazón podría hasta conducirme a la muerte.
Anochece… Ha llegado la hora de recoger algunos nenúfares de la laguna. Luego, colocados entre otras plantas, me servirán para adornar el jardín donde cortejaré a mi dama. Más tarde, ya sentados en el balancín haré poesía de sus encantos, mientras que hasta nuestros oídos, llegarán los sonidos melancólicos de diversas canciones de amor.
Si como he soñado despierto, llegase a posar mis labios en los suyos, creeré haber llegado por fin, a las puertas del paraíso.

LOCURA


Amanece. Sobre la línea azul del horizonte, se comienzan a dibujar los perfiles de las cumbres más altas del mundo. El sinuoso camino para alcanzar sus picos, es harto duro y difícil. El escalador sabe que una vez alcanzado su objetivo, se puede encontrar con que las nubes que surjan bajo sus pies, oculten los valles, la niebla prive la luz del sol hasta conseguir a veces, la sensación de que la noche se haya apoderado del lugar.
Sin embargo, como en cada montaña del universo, vive una diosa particular. Ésta aparece o se esfuma misteriosamente. Va vestida con pétalos de flores y el viento del oeste remueve los mismos, a riesgo de dejarla desnuda.
Sus jugosos labios dibujan una leve sonrisa, mientras que el destello de sus ojos, llegará al escalador en forma de promesa de amor. Éste a veces de manera impulsiva, se aventurará con prisas por llegar hasta ella.
No lograrán apartarla de su pensamiento, ni los truenos y relámpagos de la tormenta, ni las lluvias torrenciales. En todo momento, comparará su pureza a la del agua cristalina, que tomó de la fuente al inicio del camino. Su deseo de poseerla es tan fuerte, que irá aumentando a medida que se aproxima, el momento de conquistar la cumbre.
Transcurre la ascensión, sin embargo la diosa se mantendrá siempre a la misma distancia. El escalador decepcionado llegará a preguntarle:
— ¿Por qué te alejas de mi? ¿Es qué no deseas te conquiste?
La diosa no contesta. Pero su sonrisa aun es mayor, cuando los rayos que desprende su mirada hacen al escalador perder la razón. Éste tiende su mano para alcanzarla y lo único que consigue, es caer por la grieta del glaciar hasta lo más profundo del mismo.