jueves, 26 de mayo de 2011

EL ACTOR Y SU MONÓLOGO INTERIOR

Hoy, todo me ha hecho pensar, que no tendré un buen día para salir a escena. Me he maquillado en un momento, pero la expresión de mi rostro que he visto reflejada en el espejo, no era la imagen de otros días.
Al ir a repasar los cinco primeros minutos de la obra, me he atascado, y eso me ha producido un ataque de pánico. Nervioso como estaba, he notado como mis pulsaciones se disparaban, y el corazón ha comenzado a bombear como la bomba del coche de los bomberos, en plena acción de sofocar un incendio.
De pronto, han acudido a mi memoria hechos ocurridos durante la niñez. La imagen de un niño, que estaba rodeado de fuego por todos los costados, mientras, que a su lado un anciano, recogía las migas de pan caídas sobre su servilleta.
El ruido de las sirenas me aturdían. En los cristales de las ventanas se volvían a reflejar los destellos, que emitían las luces de los furgones, mientras, que las llamas se precipitaban rapidamente por la fachada del edificio. De uno de los pisos altos, saltó un hombre al vacío.
Para calmar mi ansiedad, recogí con mi dedo índice las migas de las sobras de la cena, que habían quedado en el plato que hay sobre la mesa.
El timbre llamando a escena, está irrumpiendo con fuerza en el camerino. Volví mis ojos hacia las migas de las sobras, mientras, que mi índice las aglutina para recogerlas. Sin embargo, estas se resistían y multiplicaban.
El ruido de las pisadas sobre la plataforma, (esta conducía a los actores al escenario) indicaba, que los compañeros estaban preparados, para iniciar la función.
Sin embargo, yo me he sumido en un bloqueo, al contemplar como un bosque de llamas rojas, se extendían por el camerino.
En mi mano derecha, un encendedor. El índice de la izquierda, recogiendo migas del plato, al tiempo que el timbre de escena me anunciaba, que había comenzado la función.

domingo, 15 de mayo de 2011

LA CAÍDA DE SAN JUAN DE ACRE

En el año 1905, el Papa Urbano II al grito de “Dios lo quiere”, durante la celebración del Concilio de Clermont, urgió a la cristiandad a reclamar primero, y después a querer recuperar por la fuerza de las armas, el Reino de Jerusalén, que había sido conquistado por los ejércitos musulmanes.
Jerusalén, ha sido, es y será, la tierra de las tres religiones monoteístas. Por ella, más que por ninguna otra, se ha derramado tanta sangre en nombre de ellas.
La respuesta no se hizo esperar, y durante doscientos años, miles de personas desde reyes a campesinos y en sucesivas oleadas, los cruzados viajaron al este con este fin.
Hugo de Rossal, sobrino de Jacques de Rossal, uno de los nueve fundadores de los Templarios, tomó en el año 1290 junto con cincuenta caballeros más el camino hacia el “Reino de los Cielos”.
Después de numerosos meses, atravesando países, soportando enfermedades y hambre, además de innumerables peripecias, llegaron a Jerusalén.
En aquella época, la fortaleza de San Juan de Acre se encontraba en poder de los cristianos, que desde la Primera Cruzada la habían logrado conquistar. Sin embargo, aquella paz relativa y en plena prosperidad, se truncó cuando en 1291 un grupo de cruzados italianos, asaltaron y asesinaron a unos inofensivos campesinos musulmanes, que con sus mercancías se dirigían a esta ciudad.
Después de una tregua de diez años, este hecho provocó que el sultán de Egipto se pusiese a la cabeza de un ejército de 160.000 hombres a pie, 60.000 caballeros turcos y mamelucos, y 100 catapultas para sitiar la ciudad.
Hugo de Rossal y los caballeros que le habían acompañado hasta Jerusalén, se encontraban aquel 5 de abril, dentro de la fortaleza de Acre.
Dos días más tarde, el ejército mameluco de Al-Asharaf Kali, se situaría frente a los muros de la misma. En pocas jornadas, toda la llanura que rodeaba la ciudad se cubrió de tiendas, y los musulmanes comenzaron el asedio. Los gritos de los 15.000 soldados mamelucos, que participaron en el ataque inicial, fueron acompañados del batir de tambores y el ruido de las trompetas, aterrorizando así a la población.
Las numerosas catapultas, lanzaban piedras sobre los muros de la ciudad, destruyendo casas, templos y calles. Flechas incendiarias, saetas, jabalinas, que desde el campamento enemigo se lanzaban, cayeron sobre los tejados de paja y madera provocando un incendio.
Era evidente que se imponía una negociación, pero Al-Ashraf contestó que sólo aceptaría una rendición incondicional.
La única ventaja para los sitiados era que los musulmanes no podían bloquear el puerto, de manera que el 4 de mayo les llegaron refuerzos desde Chipre.
Dentro de los muros de la fortaleza, los maestres del Templo Guillermo Beaujeu y de los hospitalarios Jean de Villiers, así como los mariscales Godofredo de Vendac,  Mateo Clermont y Pedro de Severy, que habían reunido todas sus tropas, así como Hugo y los caballeros que le habían acompañado, estudiaban como resolver la situación.
La ciudad Real de San Juan de Acre, estaba situada de espaldas al mar Mediterráneo. Este la rodeaba por el sur, mientras, que por el este y oeste formaba una pequeña península, que dominaba la bahía que llevaba su nombre.
Tenía una doble fila de murallas y doce torres, que habían sido reforzadas recientemente. En la parte norte se encontraba el barrio de Montmusart y al sur de esta, la muralla torcía bruscamente en dirección oeste, formando un ángulo recto que bajaba en dirección sur hasta encontrar el mar. Todo este saliente era dominado por la Barbacana del Rey Hugo.
La ciudad tenía sólo tres puertas terrestres: la de Maupas en el norte dando acceso a Montmusart, la de San Antonio en la parte central del castillo y la de San Nicolás en la sección este.
Poco después de iniciarse el asedio, el 15 de abril Templarios y Hospitalarios que se hallaban acuartelados en Montmusart, mandados por el Maestre Guillermo, intentaron un ataque nocturno que un principio funcionó como se esperaba, sin embargo, durante las horas siguientes las fuerzas cristianas se vieron obligadas a retirarse, con graves pérdidas humanas.
Acre se encontraba debilitada. Los soldados mamelucos estuvieron bombardeando las torres de la ciudad con sus eficaces catapultas, que arrojaban grandes proyectiles de piedras. Esto, les permitió conseguir el acceso a la ciudad el 18 de mayo de 1291, a través de una enorme grieta en la muralla sur, justo en la torre Maldita, por donde irrumpieron en masa, y empujaron a los defensores hasta la muralla interior.
Antes de entrar, Al-Ashraf ordenó que el asalto fuera acompañado de un importante número de tambores, trompetas y timbales. Eficaces arqueros prepararon el camino a la primera línea de atacantes, compuesto por escuadrones suicidas.
Los Templarios y Hospitalarios unidos por fin en la lucha, resistieron hasta el 28 de mayo, en que se produjo el asalto final sobre el último reducto de los cruzados: el monasterio fortificado del Temple.
Pero ya no se podía hacer nada. Se entablaron negociaciones y el sultán dio a conocer su postura: Perdonaba la vida y los bienes de los cristianos, a cambio de la entrega de Acre. Esta propuesta no fue aceptada.
El viernes 28 de mayo, los sarracenos invadieron Acre por todas las partes y llevaron a cabo una carnicería memorable. Era espantoso ver, damas, burgueses y religiosos huyendo por las calles con los niños en brazos, dirigiéndose hacia el mar.
Cuando las fuerzas sarracenas se dieron cuenta de su huida, prendieron a las mujeres y estrellaron sus hijos contra el suelo, que pronto serían destrozados por los caballos. En un momento, Acre se convirtió en una hoguera inmensa.
Uno de los primeros en caer fue el Maestre. En el Templo de Acre se habían refugiado unas 10.000 personas, ya que era el fuerte más poderoso de la ciudad.
Al pie del Templo, que daba al mar, los caballeros y entre ellos Hugo de Rossal, reunieron la mayor cantidad posible de embarcaciones que pudieron, y embarcaron a la mayor parte de la población refugiada.
Sin embargo, eran tantos los que pretendían huir, que alguno de los barcos se hundió por exceso de personas.
Uno de los barcos templarios estaba a las órdenes de Roger de Flor, de quien malas lenguas dijeron, que se ganó la vida con el dinero que recibía de las damas nobles de Acre.
El margen de maniobra que les concedió el sultán, fue de diez días. El mariscal del Temple, Pedro de Severy, continuó con la negociación y según cronistas de la época, se equivocó mostrando una inútil arrogancia.
Cuando en Mariscal de la Orden acompañado por un grupo de caballeros salió a negociar con el sultán, estos fueron hechos prisioneros y el sultán dio la orden de que se cortara la cabeza a todos los caballeros templarios, y en primer lugar a Severy.
Durante el asedio, zapadores mamelucos habían minado los muros de la fortaleza. Cuando más tarde, los sarracenos pretendieron abrir una brecha a base de explosivos y combustible, el edificio se vino abajo, alcanzando a los dos mil mamelucos que pretendían entrar, y al resto de los caballeros que aún quedaban defendiendo el Templo. De este modo terminó la gran epopeya del Temple en Tierra Santa.
Según explicó el cronista Gerardo de Montreal, esta fue la forma y manera en que fue tomada la ciudad de Acre, el viernes 18 de mayo de 1291. Diez días después caería el Templo.
A partir de ese momento, fueron cayendo Tiro, Beirut, Haifa, quedando sólo en pie dos castillos. Grandes contingentes de Templarios llegaron a Chipre y se establecieron en la isla con su tesoro.
Eligieron como nuevo Maestre a Thibaud Gaudin, que había escapado de Acre al amparo de la noche, en un barco hacía Sidón, y a quien más tarde sucedería Jaime Molay 1294-1314.
Pocos años después, se produjo el descalabro y caída absoluta de aquella máquina poderosa y caballeresca, en que se habían convertido los Pobres Caballeros de Cristo.
Felipe V rey de Francia solicitó de los Templarios la financiación de sus guerras y estos le requirieron garantías para el préstamo. Esto motivó, que los acusara injustamente ante el papa Clemente V, que mediante un edicto disolvió la orden. Momento que aprovechó el rey francés, para hacerse con los bienes de los templarios en tierras francesas, consiguiendo así los objetivos perseguidos.

jueves, 5 de mayo de 2011

LIBERTAD SIN CARGOS

Hacía mucho tiempo, que los días transcurrían bajo una falsa apariencia de tranquilidad o de calma chicha. Emilia hacía las labores de la casa de una manera autómata, sin encontrar la menor satisfacción o el menor atisbo de reconocimiento por parte de Juan, su esposo.
Las comidas se sucedían sin intercambiar más que monosílabos, puesto que él sólo quería escuchar la televisión.
Al atardecer, cuando Juan regresaba del trabajo a casa, el cansancio acumulado de la jornada, era su justificación para evitar tener que hablar. Emilia, no es que fuese excesivamente habladora, pero le hubiese gustado, que su esposo la trasladara algo de sus vivencias en el exterior, ya que ella no tenía ninguna.
Sin embargo, todo indicaba que en aquella relación, muchas cosas se habían acabado: amor, deseo, proyecto, comunicación, etc.
Así que un buen día, cansada de no tener una vida propia, decidió era necesario dar un giro a tan aburrida existencia. Dos tardes por semana comenzó a asistir a unos cursos sobre el uso del ordenador, y sobretodo, como conectarse a un chat.
En una de aquellas conexiones encontró uno foro cuyo nombre la atrajo: “Las cabras locas”. Bajo esta denominación, se encontró con un grupo de mujeres con los mismos problemas que ella, así que decidió unirse al grupo.
Los primeros contactos, le resultaron algo complicados ya que no sabía mantener el ritmo que llevaban las otras, pero poco a poco, su interacción fue ganando velocidad.
A partir de aquel momento, su vida adquirió color. Se comunicaba con sus nuevas amigas y se sentía por primera vez en muchos años, un ser humano.
Hasta que un día le dijo a su esposo, que cuando regresara del trabajo no la encontraría, ya que aquella noche salía con unas amigas. Le preparó la cena y se la dejó encima de la mesa.
Después comenzó arreglarse para salir. Se aplicó una suave capa de maquillaje por la cara y el cuello, y unos polvos rojizos sobre los pómulos. No podía tapar el desengaño a base de maquillaje, pero debía ofrecer un aspecto presentable. Después de peinarse, miró en el espejo el resultado, y dándose por satisfecha con lo que veía, cogió su bolso y salió en busca de las amigas.
La noche transcurrió entre risas y el alborozo de unas mujeres con ganas de disfrutar de la vida. Una buena cena acompañada de cava, y una música sugerente dieron un tono de fiesta a aquellos momentos.
Ya muy tarde regresó a su casa. Al llegar, vio que la luz del salón permanecía encendida. Entró y se encontró con que Juan la estaba esperando.
Bonitas horas de llegar. ¿Te parece bien? —su tono adquirió un matiz que la desagradó
Me lo he pasado pipa. Hacia tiempo que no reía con tantas ganas. Y sí, claro que me parece bien, puesto que no he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme.
Ella hizo ademán de ir hacia su habitación, pero él se interpuso en su camino.
¿A donde crees que vas? —he intentó cogerla por el brazo
Juan, ni se te ocurra tocarme —al tiempo de contestarle, evitaba que su mano la cogiera. —Me voy a dormir.
Mientras se cambiaba en el cuarto de aseo, oyó como su esposo lanzaba objetos contra la pared, mientras la maldecía.
Cuando entró en la habitación, se lo encontró que hecho una furia, se dirigía hacia ella. Se quedó paralizada. Primero una bofetada, luego, la lanzó contra la cama, y sin darla tiempo a reaccionar, la desgarró el camisón por los tirantes. Después forcejeando, se subió sobre ella e intentó violarla.
La mujer se defendía como podía de aquel energúmeno. Sus manos intentaban encontrar algo con el que parar la agresión. Hasta que estas, tropezaron con las tijeras que sobre la mesilla de noche, había dejado olvidadas al marchar. Ni corta ni perezosa, las asió con todas sus fuerzas y se las clavó en la espalda.
Juan relinchó como un animal al recibir la herida, y se apartó de la mujer. Gemía como un cerdo y sus gritos penetraban en los oídos de los vecinos. Estos asustados telefonearon a la policía.
Cuando llegaron los agentes, llamaron a la puerta de la vivienda. Les abrió la puerta la propia Emilia, que todavía bajo los efectos del choque emocional, iba toda ensangrentada y con la ropa rota. El espectáculo era dantesco; sobre la cama Juan se desangraba con las tijeras aún sobre la espalda. Sin embargo, ya no gemía.
Los agentes avisaron a la ambulancia. Mientras esta llegaba, intentaron que la mujer les explicase lo sucedido. La detuvieron por el intento de homicidio, a la espera de que al día siguiente, el juez determinara su grado de responsabilidad.
El esposo no resistió las heridas y a las pocas horas de llegar a la clínica fallecía. Emilia, ya en la celda, repasaba los hechos que habían sucedido.
Nunca antes había reaccionado así. Pero, si bien había aceptado sin rechistar la situación anterior, no podía ni debía permitir que su dignidad se viese violentada.
Ahora la tocaba esperar la decisión de un Juez.
Esta no se hizo esperar. Después de interrogarla y verificar los datos del informe policial, el juez la dejó en libertad a la espera del juicio, ya que en la instrucción de los hechos, todo apuntaba a un acto de defensa propia, y por lo tanto no procedía retener a la mujer.
Cuando Emilia regresó a su casa, mandó un mensaje a sus nuevas amigas.
Gracias al valor que me habéis infundido, hoy he recuperado mi libertad. Durante unos días permaneceré ausente, cuando regrese, os lo explicaré todo. Emilia”