Hacía mucho tiempo, que los días transcurrían bajo una falsa apariencia de tranquilidad o de calma chicha. Emilia hacía las labores de la casa de una manera autómata, sin encontrar la menor satisfacción o el menor atisbo de reconocimiento por parte de Juan, su esposo.
Las comidas se sucedían sin intercambiar más que monosílabos, puesto que él sólo quería escuchar la televisión.
Al atardecer, cuando Juan regresaba del trabajo a casa, el cansancio acumulado de la jornada, era su justificación para evitar tener que hablar. Emilia, no es que fuese excesivamente habladora, pero le hubiese gustado, que su esposo la trasladara algo de sus vivencias en el exterior, ya que ella no tenía ninguna.
Sin embargo, todo indicaba que en aquella relación, muchas cosas se habían acabado: amor, deseo, proyecto, comunicación, etc.
Así que un buen día, cansada de no tener una vida propia, decidió era necesario dar un giro a tan aburrida existencia. Dos tardes por semana comenzó a asistir a unos cursos sobre el uso del ordenador, y sobretodo, como conectarse a un chat.
En una de aquellas conexiones encontró uno foro cuyo nombre la atrajo: “Las cabras locas”. Bajo esta denominación, se encontró con un grupo de mujeres con los mismos problemas que ella, así que decidió unirse al grupo.
Los primeros contactos, le resultaron algo complicados ya que no sabía mantener el ritmo que llevaban las otras, pero poco a poco, su interacción fue ganando velocidad.
A partir de aquel momento, su vida adquirió color. Se comunicaba con sus nuevas amigas y se sentía por primera vez en muchos años, un ser humano.
Hasta que un día le dijo a su esposo, que cuando regresara del trabajo no la encontraría, ya que aquella noche salía con unas amigas. Le preparó la cena y se la dejó encima de la mesa.
Después comenzó arreglarse para salir. Se aplicó una suave capa de maquillaje por la cara y el cuello, y unos polvos rojizos sobre los pómulos. No podía tapar el desengaño a base de maquillaje, pero debía ofrecer un aspecto presentable. Después de peinarse, miró en el espejo el resultado, y dándose por satisfecha con lo que veía, cogió su bolso y salió en busca de las amigas.
La noche transcurrió entre risas y el alborozo de unas mujeres con ganas de disfrutar de la vida. Una buena cena acompañada de cava, y una música sugerente dieron un tono de fiesta a aquellos momentos.
Ya muy tarde regresó a su casa. Al llegar, vio que la luz del salón permanecía encendida. Entró y se encontró con que Juan la estaba esperando.
—Bonitas horas de llegar. ¿Te parece bien? —su tono adquirió un matiz que la desagradó
—Me lo he pasado pipa. Hacia tiempo que no reía con tantas ganas. Y sí, claro que me parece bien, puesto que no he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme.
Ella hizo ademán de ir hacia su habitación, pero él se interpuso en su camino.
— ¿A donde crees que vas? —he intentó cogerla por el brazo
—Juan, ni se te ocurra tocarme —al tiempo de contestarle, evitaba que su mano la cogiera. —Me voy a dormir.
Mientras se cambiaba en el cuarto de aseo, oyó como su esposo lanzaba objetos contra la pared, mientras la maldecía.
Cuando entró en la habitación, se lo encontró que hecho una furia, se dirigía hacia ella. Se quedó paralizada. Primero una bofetada, luego, la lanzó contra la cama, y sin darla tiempo a reaccionar, la desgarró el camisón por los tirantes. Después forcejeando, se subió sobre ella e intentó violarla.
La mujer se defendía como podía de aquel energúmeno. Sus manos intentaban encontrar algo con el que parar la agresión. Hasta que estas, tropezaron con las tijeras que sobre la mesilla de noche, había dejado olvidadas al marchar. Ni corta ni perezosa, las asió con todas sus fuerzas y se las clavó en la espalda.
Juan relinchó como un animal al recibir la herida, y se apartó de la mujer. Gemía como un cerdo y sus gritos penetraban en los oídos de los vecinos. Estos asustados telefonearon a la policía.
Cuando llegaron los agentes, llamaron a la puerta de la vivienda. Les abrió la puerta la propia Emilia, que todavía bajo los efectos del choque emocional, iba toda ensangrentada y con la ropa rota. El espectáculo era dantesco; sobre la cama Juan se desangraba con las tijeras aún sobre la espalda. Sin embargo, ya no gemía.
Los agentes avisaron a la ambulancia. Mientras esta llegaba, intentaron que la mujer les explicase lo sucedido. La detuvieron por el intento de homicidio, a la espera de que al día siguiente, el juez determinara su grado de responsabilidad.
El esposo no resistió las heridas y a las pocas horas de llegar a la clínica fallecía. Emilia, ya en la celda, repasaba los hechos que habían sucedido.
Nunca antes había reaccionado así. Pero, si bien había aceptado sin rechistar la situación anterior, no podía ni debía permitir que su dignidad se viese violentada.
Ahora la tocaba esperar la decisión de un Juez.
Esta no se hizo esperar. Después de interrogarla y verificar los datos del informe policial, el juez la dejó en libertad a la espera del juicio, ya que en la instrucción de los hechos, todo apuntaba a un acto de defensa propia, y por lo tanto no procedía retener a la mujer.
Cuando Emilia regresó a su casa, mandó un mensaje a sus nuevas amigas.
“Gracias al valor que me habéis infundido, hoy he recuperado mi libertad. Durante unos días permaneceré ausente, cuando regrese, os lo explicaré todo. Emilia”
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