jueves, 19 de abril de 2012

EL SILENCIO

Eduardo penetró, en el frondoso bosque, que se hallaba situado en las cercanías del río de su vida. Buscaba el silencio necesario para restablecer su propia armonía.
Al avanzar por entre las columnas de robles, hayas, chopos, y abedules, notó como se interrumpían las hermosas sinfonías, que producían las criaturas que allí habitaban.
Sobre el bosque cayó un largo silencio, que caló en su interior. Aspiró con fuerza el oxígeno que desprendían las plantas y aquel aroma le sumergió en sus dudas, quebrantos, y tantas cosas que le agobiaban, para las que intentaba encontrar una respuesta satisfactoria.
Vació su alma y al hacerlo, encontró los motivos para poder encarar la vida con alegría. Con el espíritu ya más sereno, volvió a escuchar el canto de los petirrojos, copetones y mirlos, mientras sobre una rama, un búho con su mirada fija lo contemplaba todo. Al atardecer en el bosque, se oiría el grito del pavo real durante su cortejo a la hembra.
Que los sonidos del bosque hubiesen vuelto a la normalidad, le indicó que el silencio logrado en su interior, había sido una magnífica forma de hablar consigo mismo.
Sólo los árboles continuaron en silencio. Sólo el rumor de las ramas, al mecerse con el viento, nos darían señales ciertas de una vida intensa, pero muy silenciosa.





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