Un gurú, de los muchos que predican por nuestras ciudades y que parecen estar en posesión de la verdad absoluta, dijo que la felicidad se encontraba detrás de ocho puertas, que toda persona que la persiguiera debía atravesar.
Esteban Mujica, era uno de nuestros contemporáneos, que aspiraba a conseguir ser feliz, eso si, no menos que el resto de los mortales próximos a él.
Lo primero que hizo, fue averiguar donde se encontraban situadas esas puertas y en que condiciones se tenían que atravesar, para que fuera efectiva la felicidad.
Para ello acudió, a sacerdotes, rabinos, monfíes, guías espirituales… Cada uno de ellos dejó en el joven Esteban, la impronta de sus ideas, para alcanzar el objetivo perseguido.
Después de escuchar a unos y a otros, llegó a la conclusión de que tenía que haber una ciudad, que respondiera al conjunto de respuestas recibidas.
No tardó mucho, pues era culto, en fijarse que a lo largo de la historia se había señalado a Jerusalén como una ciudad impregnada de los más altos ideales para alcanzar el cielo. Pero, es que además esta ciudad, contaba con ocho puertas, si bien una de ellas estaba tapiada: La denominada Puerta Dorada, Puerta de la vida eterna o Puerta de la misericordia.
Pero ¿Por qué debía atravesarse cada una de las restantes?
Decidió que, durante algún tiempo, intentaría averiguar los motivos antes de aventurarse a un viaje incierto.
La primera puerta a la que dedicaría su tiempo sería, La Puerta de Jaffa o Puerta de la Torre de David, situada en el lado occidental de la ciudad vieja. De todo el estudio que efectuó, llegó a la conclusión de que, dicha puerta, había tomado diferentes nombres a lo largo de la historia.
* Puerta del amigo (Khalil en árabe y cuyo significado es Hebrón) Es una clara referencia a Abraham (El amigo de Dios) y cuyo cuerpo está enterrado en Hebrón.
* También es conocida como la Puerta de la Torre de David (Migdal David en árabe) Era la antigua entrada a la fortificación de la ciudad vieja.
Abraham fue un gran patriarca y con él dio inicio la relación de los hombres con su Creador. La fe ciega, que puso el hombre ante la petición de Dios, para que comenzase hacer camino, le convertiría en el primer gran pastor de un pueblo al que conduciría con sabiduría.
El otro personaje al que hace emnción la puerta es a Dabid, el gran rey israelita al que, a pesar de sus grandes caídas, no le falta el favor de su Dios para crear una gran nación.
Pensándolo bien, Esteban creyó entender porque atravesar aquella puerta podía conducir a la felicidad. Dos personajes históricos, tenían un nexo en común: Dios. No un Dios cualquiera, sino uno que se hacía presente en sus vidas, bien a través de sus profetas o bien mediante signos externos, que no podían ser imitados.
En ambos casos, tanto Abraham como David se ponen a su disposición, para ejecutar lo que más tarde sería llamado “su plan de salvación”. Este no consiste en otra cosa, que conseguir humanizar al ser humano, consiguiendo “que el otro” sea valorado como un hermano.
Llegar a esta conclusión le animó para emprender la búsqueda de la tercera puerta: La de los leones.
Esta es la única puerta abierta en la fachada este de la muralla de la ciudad vieja de Jerusalén. La misma, se encuentra frente al Monte de los Olivos. Su nombre se debe a las dos parejas de felinos que se encuentran a ambos lados de la puerta.
La leyenda dice, que Solimán el Magnífico (constructor de la muralla de la ciudad Vieja) fue amenazado durante un sueño, por su padre Selim I. De no terminar pronto la obra, sería arrojado a las bestias.
Como todas ellas, además del nombre original, también tiene su nombre por el que es conocida por los árabes: La Puerta de las Tribus, camino que conducía directamente al Templo. Para los cristianos es la Puerta de San Esteban, en memoria del primer mártir del cristianismo. La tumba de éste fue localizada cerca de la puerta en el Valle de Josafat.
A poca distancia, hoy se venera al santo en la iglesia edificada en su honor. Desde ese punto da comienzo La Vía Dolorosa origen de la mayoría de los viacrucis.
Esteban, en su afán de encontrar motivos por los que atravesar aquella puerta facilitasen el encuentro de la felicidad, se hizo su propia reflexión.
La puerta se encontraba frente al Monte de los Olivos. El recuerdo que tenía de aquella escena no era precisamente de alegría, puesto que Jesús había sufrido un anticipo de la pasión, que le llevó a sudar sangre. ¿Así… qué?
Jesús era consecuente con la vida que había llevado. Sabía que los sacerdotes y gente con poder, le eran contrarios porque denunciaba sus trapicheos. Las mesas de cambio en el Templo, sus imposiciones al pueblo cargando a este todo el peso de la ley, mientras que ellos vivían como reyes…
Que Jesús les acusara de ser “sepulcros blanqueados”, no le favorecía en nada, así que siempre pensó, que irían a por él. Pero todo se había acelerado al reconocer públicamente, que él era el Hijo de Dios. Aquello era una profanación que las autoridades religiosas no podían permitir y desató la búsqueda incansable del momento, para atraparlo. Judas se lo puso en bandeja.
Pero, para Esteban, estaba claro que el resultado de todo aquel proceso que le llevó a la muerte y muerte en cruz abría un espacio nuevo. Este, como la historia demostró, llevaría en los siglos siguientes a brotar con fuerza. Sin la ejecución y posterior resurrección, nada hubiese sido igual.
Una nueva puerta que debía atravesar era la Puerta de Damasco. En hebreo Puerta de Siquem y en árabe la Puerta de las Columnas.
Está considerada como una de las puertas importantes de la ciudad vieja. Su construcción data de 1542 por el imperio otomano y durante el gobierno de Soleimán el Magnífico.
Se encuentra protegida por dos torres, cada una de ellas equipada con matacanes (obra sólida que se ubica en la parte alta de murallas y torres). Su situación está localizada en la entrada al mercado árabe y en contraste con la puerta de Jaffa, las escalinatas descienden hacia la puerta.
En este punto, Esteban se quedó sin saber que pensar. ¿Qué tenía aquella puerta para que fuera necesario atravesarla, para encontrar la felicidad?
Después de mucho pensar y hasta en ciertas noches de no dormir bien, llegó a la conclusión de que tal vez no era necesario, que aquella puerta tuviera tras de si una historia especial. No. Cada una de ellas, suponía un paso adelante en el camino a recorrer de la vida.
La siguiente puerta de aquel recorrido era la Puerta de Sion (Shaar Sion en hebreo). Como característica, esta puerta está construida de manera inclinada con un ángulo muy agudo. Su objetivo era, detener cualquier ataque enemigo. Situada en el sur de la ciudad vieja de Jerusalén tiene enfrente al Monte Sion y Hebrón.
La mencionada puerta, también es conocida como la puerta de David (David Shaar en he-breo) debido a que se cree que la tumba del rey David está en el Monte Sion. La estrella de David figura en el pavimento debajo de la puerta.
Esteban volvía a estar un poco contrariado. El hecho de no haber encontrado motivos históricos o religiosos que justificasen la necesidad de atravesar esta nueva puerta, le dejaban apagado.
La puerta del Dung, del Estiércol, de la Basura, o de los Desperdicios, debe semejante nombre a que era la puerta por donde se deshacían de la basura de la ciudad.
No era la más bella, ni poseía detalle alguno que la hiciese destacar. Sin embargo, es una de las vías de más tránsito, al ser el camino más directo hacia el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas.
En algunos momentos de su historia, fue conocida como la puerta de los moros. Debido a los inmigrantes que vivían en el barrio junto a la puerta en el siglo XVI.
Parece, como si estas últimas puertas al no tener detrás de si motivos religiosos, no pudieran ofrecer aspectos que condujeran a una persona hacia la felicidad. Entendía Esteban que, para llegar a ser feliz, no era tanto lo que contuvieran las puertas, sino que estas permitieran seguir haciendo camino. En nosotros también hay miserias (basura) y atravesar la puerta sería abandonar todo aquello que estorba aun viajero en su camino hacia su objetivo.
La puerta de Herodes, denominada también Puerta de las Flores o Puerta de la Oveja, es una entrada dentro de la fortificación de la ciudad vieja de Jerusalén.
Está situada en el noroeste del Barrio musulmán de la ciudad.
El nombre es debido al hecho, de que esta era la entrada a la casa de Herodes Antipas y por la que Jesús fue conducido hasta Pilato.
Esteban recordó el pasaje, en el que Herodes devuelve a Pilato el prisionero. El gobernador comenzaría a tener en sus manos, la decisión que llevaría a Jesús al Calvario.
Si, es verdad que luchaba contra él mismo e intentaba no contentar a los fariseos y sacerdotes. Pero en su cobardía al no tomar una resolución y, por contra plantear la disyuntiva Jesús o Barrabás, acabó con las posibilidades de exculpar al Mesías.
La sentencia, como ya se sabe, fue de muerte en la cruz.
Por último, la Puerta Nueva (Bad al Pedid en árabe ó HaSha`ar HaChadash en hebreo) es la puerta construida más recientemente (1898). Su objetivo el conducir al Barrio cristiano.
Antes fue llamada Puerta de Hammid en honor al sultán otomano Abdul Hamid II. Está localizada en la parte noroeste de la muralla que rodea la ciudad vieja.
CONCLUSIÓN
Esteba pensó, que ya tenía de una manera sintetizada, los aspectos principales de las puertas. Estas, debían de conducir al ser humano a la felicidad, aunque era consciente, de que la felicidad es un objeto caro en nuestra vida.
Tan sólo conseguimos pequeños instantes, como en el caso de las pequeñas muestras de los productos que se ofrecen al comprador, para decidirle a obtenerlos.
Durante el transcurso de nuestra existencia, vamos recorriendo senderos escarpados y serpenteantes, que tiene figurativamente diferentes puertas que hay que atravesar.
En el camino encontraremos todo tipo de barreras; unas estarán tapiadas y no podremos pasar; otras nos ofrecerán rutas directas que nos conducirán al objetivo perseguido; en otra sufriremos, bien por enfermedad, por miseria o lo que es igual a decirnos que el dolor siempre estará presente en nuestra vida.
Pero, como Abraham, David y otros personajes incrustados en la historia de la ciudad de Jerusalén y del pueblo hebreo, llegaremos hasta el final, si aceptamos todas las adversidades con espíritu positivo, a gozar de momentos de felicidad.
No hacía falta emprender el viaje a Jerusalén. Ahora ya tenía la clave de cómo ser feliz, aunque fuera en pequeñas dosis. No se puede tener todo.
EL CONTADOR DE HISTORIAS
En el encontrareis, cuentos, poesía, relatos breves, reflexiones, traducciones y adaptaciones,noticias literarias, sinopsis de libros de reciente publicación, sobre todo de noveles. Al mismo tiempo,pretende ser la ventana desde donde promocionar mis libros.
miércoles, 16 de agosto de 2017
lunes, 7 de agosto de 2017
El Cuentista Enamorado
Amig@s:
Todos aquellos que habitualmente me seguis en este blog, podréis si lo deseáis encontrarme también, en El Cuentista Enamorado, página de facebook. La intención es dedicarla plenamente a promocionar no solamente mis libros sino también aquellos que encuentre a mi criterio merecen la pena leer.
viernes, 28 de abril de 2017
EL FIEL AMIGO
De entre los muchos recuerdos que Fermín tenía de su infancia,había uno que solía ser motivo de recordatorio cada año. La familia por aquel entonces, vivía en una casa unifamiliar en uno de los barrios más antiguos de Valladolid: Las Delicias.
El matrimonio compartía aquella casa con sus tres hijos y un mastín llamado Goliat. Emilia era la que cuidaba del animal, dado que el marido y los hijos trabajaban todos fuera de casa. Goliat no se despegaba de Emilia y a donde ella iba, la seguía el can dócilmente. Pero la vida siempre nos sorprende, cuando menos lo esperamos.
De un día para otro la mujer enfermó gravemente y Goliat se vio obligado a abandonar la habitación donde estaba su ama. Sin embargo, cada noche, en cuanto la familia se reunía para cenar, el animal se colaba en la casa y se aproximaba a la cama de la enferma.
La mujer le acariciaba y este, entristecido por la ausencia de ella durante el día, emitía un lúgubre sonido. Así fueron pasando los días. A Goliat no le faltaba la comida, pero su apetito disminuía en la misma proporción que lo hacía la inapetencia de Emilia.
Una madrugada, tres meses más tarde, fueron despertados por el aullido lastimero de Goliat. Cuando acudieron a ver qué pasaba, se encontraron a este que erguido apoyaba sus patas sobre la cama. Su dueña había fallecido.
Lo tuvieron que sacar arrastras de la habitación. Luego, lo dejaron en el patio, para ir a preparar el entierro.
La sorpresa la recibirían al día siguiente, cuando el personal de la funeraria acudió, para cerrar al ataúd de Emilia. Allí permanecía Goliat al lado de su ama. Este también había fallecido.
–Desde luego, él sí que amaba a su dueña —se dijeron los empleados.
El matrimonio compartía aquella casa con sus tres hijos y un mastín llamado Goliat. Emilia era la que cuidaba del animal, dado que el marido y los hijos trabajaban todos fuera de casa. Goliat no se despegaba de Emilia y a donde ella iba, la seguía el can dócilmente. Pero la vida siempre nos sorprende, cuando menos lo esperamos.
De un día para otro la mujer enfermó gravemente y Goliat se vio obligado a abandonar la habitación donde estaba su ama. Sin embargo, cada noche, en cuanto la familia se reunía para cenar, el animal se colaba en la casa y se aproximaba a la cama de la enferma.
La mujer le acariciaba y este, entristecido por la ausencia de ella durante el día, emitía un lúgubre sonido. Así fueron pasando los días. A Goliat no le faltaba la comida, pero su apetito disminuía en la misma proporción que lo hacía la inapetencia de Emilia.
Una madrugada, tres meses más tarde, fueron despertados por el aullido lastimero de Goliat. Cuando acudieron a ver qué pasaba, se encontraron a este que erguido apoyaba sus patas sobre la cama. Su dueña había fallecido.
Lo tuvieron que sacar arrastras de la habitación. Luego, lo dejaron en el patio, para ir a preparar el entierro.
La sorpresa la recibirían al día siguiente, cuando el personal de la funeraria acudió, para cerrar al ataúd de Emilia. Allí permanecía Goliat al lado de su ama. Este también había fallecido.
–Desde luego, él sí que amaba a su dueña —se dijeron los empleados.
viernes, 20 de enero de 2017
CLAUDIA PRÓCULA
Aún las luces del nuevo día no se percibían sobre la ciudad, cuando nos sorprendió el ruido de caballos deteniéndose delante de nuestra casa. Nos hizo temer lo peor.
Llevábamos tres largos años de exilio en la ciudad de Vienne, y Poncio todavía temía que el emperador tomase represalias contra él. Aquella mañana, sin embargo, el tribuno y los dos soldados que le acompañaban, eran portadores de las mejores noticias emitidas desde el Palatino para él.
En su escrito, Claudio Nerón nuevo emperador romano, pedía a Poncio que abandonara el destierro y regresase a Roma. Añadía en su carta, el anuncio de la devolución de todos los bienes, que un día el emperador Calígula le desposeyera, multiplicados estos por diez.
Sólo esto, debería haber devuelto la alegría a mi marido, pero su estado anímico contenía tanta amargura, que la misma corroía sus entrañas. La situación en que se encontraba era lamentable; a su depresión, había que añadir las consecuencias de su adicción a la bebida.
A mí, sí que me reconfortó su contenido. Mi espíritu, que había sido tiempo atrás alegre, se había ensombrecido ante la dura realidad que atravesábamos. El resto de la mañana, ocupada en el ajetreo de recoger los enseres que debíamos trasladar a Roma, no me preocupé por su ausencia.
Al mediodía, al ver que Poncio no estaba en el jardín, lugar donde pasaba la mayor parte de su tiempo, decidí llamarlo. En ese momento, me di cuenta que hacía rato no se oía el canto de los ruiseñores.
Estos habitualmente, alegraban nuestras estancias en aquel idílico rincón de la casa. En su lugar, ahora solo se escuchaba el ulular de una lechuza. Mal augurio. Sentí como un escalofrío recorría toda mi espalda. Lo volví a llamar y al no recibir respuesta, me dirigí a nuestro aposento.
Aquel sentimiento de alegría, provocado por la noticia del regreso a Roma, se transformó de pronto en angustia. Abrí la puerta de la habitación. Los rayos de sol penetraban hasta el centro del dormitorio e iluminaban la cama. Sobre ella, vestido con el uniforme de prefecto, se encontraba ensangrentado y moribundo mi esposo. Poncio se había cortado las venas. Nada se pudo hacer por él.
De nuevo el dolor, volvía hacer acto de presencia en mi vida. Primero la muerte de nuestro primogénito Cayo, quien contrajo una enfermedad rara que los médicos no pudieron atajar.
Un año más tarde, Aulo nuestro tercer hijo, caía en una emboscada militar. Sin embargo, fue con la muerte de Poncia, a la que Lucano su esposo en un ataque de celos la había prendido fuego, la que nos causó mayor dolor.
Y ahora Poncio, mi esposo. Éste no había podido soportar más la angustia que sufría, desde la celebración de aquel macabro juicio contra el ‘Galileo’. Por miedo al Cesar y la presión que habían ejercido los sacerdotes, había condenado a muerte a un inocente.
Yo sabía de sus defectos, pero, aun así, le había amado con todas mis fuerzas.
A su entierro, me acompañaron sus amigos Marco Vinicio y Flavio, junto con algunos aldeanos de la villa.
Las jornadas siguientes, las dediqué a terminar de recoger los últimos enseres que quedaban, y tres días más tarde, emprendí regreso a la ciudad que no debíamos haber abandonado nunca; Roma.
Una vez en ella, me instalé en la recuperada casa, que había heredado de mis tíos Antonia y Probo en el Esquilinio, ya que yo era huérfana. Por la tarde y cuando los rayos de sol daban sus últimos tonos de color a la ciudad, sentí la necesidad de bajar al jardín. Sin darme cuenta, me senté bajo el mismo cedro con corona de rosas rojas, donde viera por primera vez a Poncio. Cerré los ojos y reviví aquellos años.
Con veinte años sabía muy bien, que no era una mujer agraciada y que además carecía de fortuna, para compensar esa falta de atractivos. Prima del emperador Tiberio, estaba considerada rara en los círculos próximos a mi primo. Yo era una fiel seguidora de las doctrinas de Pitágoras, y adepta a Isis la egipcia, culto por el que el emperador sentía una hostilidad enconada. Esto último me había causado problemas, ya que Isis pasaba por ser la protectora de las prostitutas y mujeres de vida ligera.
Llevaba cierto tiempo sin ver a Tiberio, cuando éste me sorprendió con un mensaje suyo. En el mismo, el emperador me comunicaba que tenía un pretendiente: ‘Claudia, Cayo Poncio Pilato te visitará en breve’.
En un primer momento me sentí enojada con él ¡Qué desfachatez! ¡Buscarla a ella marido! Luego más tarde, nació la curiosidad por conocerle. Al día siguiente de recibir este mensaje, una voz profunda me sacó de la ensoñación en la que me encontraba, inundando de alegría mi ser.
— ¡Te saludo Claudia Prócula!
— ¡Te saludo Cayo Poncio! ¡Sé bienvenido a nuestra casa! —Intenté que en mi respuesta no se percibiera el azoramiento que tenía.br> Era un Tribuno apuesto. No tenía más de treinta años. Algunas marcas sobre su piel, señalaban que era un soldado veterano acostumbrado al combate. Mi sorpresa fue, que días más tarde se presentó de nuevo.
Llevaba en sus manos un anillo de compromiso y en el interior de los mismos, figuraban grabados nuestros nombres. Mis tíos no pusieron reparos a la boda y los fastos se celebraron a finales de abril.
Los cinco primeros años de nuestra vida en común, estuvieron llenos de felicidad. De ese amor nacieron Poncia, Cayo y Aulo. Pero nada en la vida es completo. Esa tranquilidad y felicidad que gozábamos, se vería truncada el día en que Pilato recibió la orden de presentarse ante Tiberio.
Antes de que marchara, le conté que había tenido un sueño que había alterado mi espíritu, y le rogué que rechazase cualquier cargo que le fuese encomendado por el César. Poncio tenía prisa e insistía en marchar al Palatino, pero yo le retuve hasta poderle relatar mi sueño:
“Te encontrabas esposo mío en una lejana tierra, y unos hombres te ofrecían un cuchillo para que matases un cordero. En el momento que te acercabas al cordero, este se convertía en un niño recién nacido. Más tarde, el grupo de gente se ampliaba y unos te gritaban ¡Sacrifícalo! Y otros ¡mátalo!”
—Te ruego Cayo Poncio no hieras nunca al cordero —Él me había jurado que no lo haría. Ahora sabía lo equivocada que estaba. Pilato, pronto se olvidó de aquel juramento.
Cuando mi esposo regresó a nuestro hogar, lo hizo como gobernador de Judea y con instrucciones, aunque no era habitual, de que el viaje lo debía hacer toda la familia.
Tiberio puso una tirrena a nuestra disposición, y en tres semanas nos encontrábamos en el puerto de Cesarea. Sería nuestro lugar habitual de residencia, salvo la semana de la Pascua Judía, que nos veríamos obligados a residir en la fortaleza Antonia. En aquellas tierras forjé una nueva Claudia, muy diferente de la que conociera Poncio Pilato en Roma. A mi ir a una Judea rebelde no me apetecía. Inclusive, me costó mucho hacerme a la idea de vivir en medio de aquel pueblo, sucio, astuto y negociante, sin embargo, una esposa debe seguir a su marido hasta donde le permitan las circunstancias.
La vida no resultó fácil, pero estábamos todos juntos.
La tarde decaía y comenzaba a bajar la temperatura en el jardín, cuando Marcia apareció con un supparum (chal) para abrigarme. Vuelta a mis pensamientos, recordé como había conocido a María Magdalena. Eran los primeros tiempos de nuestra estancia en Judea.
Ocurrió en uno de mis desplazamientos a Jerusalén. El motivo era visitar al matrimonio Gallas, únicos amigos míos de Roma. Allí encontré a María de Magdala, conocida por muchos como Magdalena. Ésta mantenía una gran relación de amistad con este matrimonio. Su trato franco, hizo que enseguida fraternizáramos.
No tardó mucho en ponerme al corriente, de la existencia de un rabino itinerante, que primero en Galilea y luego más tarde en Judea, había provocado una gran expectación con sus milagros.
María me relató con toda su vehemencia, la experiencia que representaba para ella Jesús, así como los hechos fantásticos que en su compañía había vivido: la multiplicación de los panes y los peces, curaciones a leprosos, la recuperación de la vista de los ciegos. Esto me llenó de curiosidad.
Fue tiempo más tarde, en casa de Lázaro en Betania, cuando en su compañía tuve la ocasión de oír a Jesús. Allí observé el cariño que le demostraban, tanto el dueño de la casa como sus hermanas Marta y María. Éstas se prodigaban, para hacerle más cómoda su estancia allí.
Nos sentamos todos sobre unos cojines en el suelo, en lo que era la sala más grande de la casa (esta hacía las veces de comedor), y allí asistimos a una de sus pláticas. De su boca salía un mensaje de fraternidad y amor. Sin saber cómo, me encontré siendo una de las seguidoras de Jesús.
Poncio se veía obligado a viajar con frecuencia por toda Judea, lo que yo aprovechaba, para en compañía de Flavio y Marcia, seguir algunas de las predicaciones de este rabino.
Próximos los días de la celebración de la Pascua judía, Jerusalén se llenaba de gentes venidas de todas partes para su celebración. Cumplíamos el tercer año de nuestra estancia en tierras de Judea, cuando se produjeron los hechos que marcaron para siempre nuestras vidas.
El domingo anterior a la festividad, Jesús había entrado en Jerusalén sobre un borriquillo de la cercana población de Betfagé, siendo aclamado por una multitud. Judíos de todas las edades, esparcían ramas frescas de palma que cortaban a su paso, mientras que otros cubrían el camino con sus prendas de vestir.
Sus discípulos, poseídos de un miedo atroz a que lo arrestaran, no paraban de mirar de un lado a otro. El viernes de aquella misma semana, me encontré con María Magdalena. Ésta, que iba acompañada de Marcos, me buscaba cerca del atrio de los gentiles, donde en ocasiones solía acudir a oír al ‘Galileo’. Sus rostros expresaban la tristeza del momento.
Jesús había sido arrestado durante la noche del jueves, en un huerto llamado ‘de los Olivos’, y lo habían conducido al Sanedrín ante los sumos sacerdotes Anás y Caifás.
Por José de Arimatea, un anciano miembro del Sanedrín y seguidor de Jesús, supieron de la inmediatez del traslado de éste ante el tribunal de Poncio Pilato, mi esposo. La causa eran las acusaciones vertidas contra él por los sacerdotes. En su doctrina, afirmaba aspectos que estaban en contra de la interpretación severa de la Ley, que hacían los sacerdotes y fariseos. Pero lo que acabaría por convertirlo en objeto de destrucción por las autoridades religiosas, fue su afirmación: << el Padre y yo somos una misma cosa. >>
Esta era una horrenda blasfemia para los fundamentalistas hebreos, representados por la mayoría de los sacerdotes. Sin embargo, a los judíos del tiempo de Jesús, no les era lícito ni degollar una cabra, sin el consentimiento de los romanos. Los sacerdotes y fariseos, llevaban tiempo buscando la manera de hacer desaparecer de sus vidas a este profeta. Pero la gente del pueblo, cada día estaba más pendiente de sus palabras y acciones.
Su mensaje desprendía amor y compasión, lo que ejercía sobre ellos un influjo importante. Además, estaban sus milagros: curación de enfermos, leprosos, ciegos y la resurrección de su amigo Lázaro, cuando éste enfermó, murió y fue enterrado. Pronto los presentimientos de José se hicieron realidad. Jesús compareció ante Pilatos en el Pretorio de la Fortaleza Antonia (atrio del juzgado romano).
Durante aquellos años de estancia en tierras de Judea, Pilato había acumulado un odio feroz hacia los judíos. No estaba dispuesto ni a prestar ni favorecer ninguna de las intrigas doctrinales de los fariseos y sacerdotes.
Durante el interrogatorio Poncio no encontró nada que le hiciese culpable ante la ley romana. Mi esposo queriendo suavizar su relación con el tetrarca de Judea, Herodes, decidió enviarle a Jesús, alegando falta de jurisdicción sobre éste. Pero Herodes pronto lo devolvió.
En un intervalo del juicio, por medio de Flavio, recordé a mi esposo el sueño que había tenido antes de su nombramiento como gobernador de Judea. Una voz me había transmitido lo que se estaba fraguando contra Jesús. Le insistí en que no se mezclase en la muerte de un inocente.
Pilato, en un intento por evitar la crucifixión, decidió darle un castigo ejemplar, y ordenó que se le diera una tanda de latigazos. Lejos de aplacar a los guardianes de la ley y a los fariseos, hizo que éstos se volcaran más en animar al pueblo a gritar ‘¡crucifixión!, ¡crucifixión!’
Los sacerdotes no querían renunciar a la ocasión tanto tiempo perseguida, por lo que escenificaron un absurdo complot según el cual, Jesús se habría proclamado ‘rey de los judíos’.
Esta acusación si representaba una clara amenaza a la autoridad de Roma, lo que obligó a Pilato a dictar sentencia, pese a su convencimiento de que era inocente. La misma sería de muerte en la cruz.
Cuando me enteré de la sentencia, tomé la decisión de seguir a Jesús hasta el mismo Calvario, pero Flavio centurión encargado de mi seguridad, me aconsejó evitar la chusma que iba acompañar el macabro cortejo.
Vestida de sirvienta abandoné junto a Marcia y Flavio, la fortaleza Antonia. Por caminos paralelos nos dirigimos al lugar de la ejecución. El recorrido iba a ser muy duro. Después de la flagelación de Jesús, a su cuerpo débil, aún le quedaba el penoso transporte del madero de su cruz. El emplazamiento para la ejecución se llamaba Gólgota o lugar de la Calavera y se encontraba a unos 650 metros del Pretorio, pero con un desnivel en ascenso.
Cuando llegamos al sitio, aún no habían comenzado a llegar las turbas que acompañaban el pelotón de ajusticiamiento, junto a los tres reos condenados a la pena capital. Nos apoyamos en unas rocas, al pie mismo del Gólgota.
Desde esa posición, podíamos ver y oír cuanto sucediera en el conjunto del paraje. Al tiempo, nos permitía tener la visión de los tres postes verticales encajados en tierra, sobre los que colocarían los brazos de la cruz.
Comenzó a llegar hasta nosotros, el sonido del bullicio de la turba. Los soldados, de vez en cuando, tenían que empujar a la gente para conseguir un espacio suficiente para los condenados.
Llegados al Gólgota, comenzó el trabajo de los soldados. Los reos fueron desnudados uno a uno. Después, les ofrecieron un brebaje de vino aromatizado para adormecerlos, y atenuar así su sufrimiento, pero cuando la oferta llegó a Jesús, éste la rechazó. (Mt 27, 34)
Después tirándolos a tierra, les clavaron por las muñecas al madero, que cada uno había llevado hasta allí. Con una soga y una escalera, los elevaron ‘cual árbol’. Primero a los dos rufianes, después a Jesús que quedó en medio de ellos. Ajustaron los maderos con los reos a la parte superior de cada poste.
Mientras esto ocurría al pie del Gólgota, María me relató los sucesos acaecidos durante el camino recorrido: << Jesús ha caído tres veces y el centurión Longinos ha decidido que un civil llamado Cirineo, que pasaba por allí de regreso de su trabajo, cargase con el madero hasta aquí >>
Los pies de los condenados fueron clavados a una pieza de madera, que después fijaron al poste vertical. Los gritos agudos de dolor penetraban en los oídos de todos los asistentes.
El momento era angustioso y doloroso, puesto que el peso del cuerpo inerte, desagarraba tejidos y tendones de las muñecas, provocando la muerte por agotamiento y asfixia.
La curiosidad morbosa que provocó el ajusticiamiento, hizo que se congregase gente a su alrededor.
Si bien, éstos poco a poco, marcharon del lugar para ir a preparar la fiesta de la Pascua. Quedaron en el Gólgota, un reducido grupo de familiares y amigos de Jesús, junto a la tropa romana.
“Después de la crucifixión de Jesús, los soldados tomaron sus vestidos e hicieron cuatro lotes, uno para cada uno. Tomaron también la túnica, que estaba tejida de arriba abajo en una sola pieza sin costura.
Se dijeron unos a otros. “No la rompamos, sino echemos a suerte a ver a quien le pertenece.”
Así debían cumplirse las palabras de las Escrituras: “Se repartieron entre ellos mis vestidos y echaron a suertes mi túnica. Eso hicieron los soldados”.
Sobre la cabeza de Jesús pusieron por escrito el motivo de la condena: ‘Este es Jesús el Rey de los Judíos’
El ladrón situado a la izquierda de Jesús, lejos de mostrar arrepentimiento por su culpa, decidió burlarse de él. Había oído contar que éste ha dado de comer a la gente y ha efectuado curaciones milagrosas. Además, y según todos los rumores, no era culpable. Sin embargo, iba a ser ajusticiado al igual que él, que sí merecía el castigo.
Dimas, nombre por el que era conocido el otro malhechor, optó por enfrentarse a su compañero de fechorías. Le pidió respeto y paz para Jesús, ante los momentos que había de vivir. Por esta actitud, recibió la promesa del mismo Jesús, de estar aquel mismo día, ‘con Él en el paraíso.’
Entre los pocos que quedaban cerca del pie de la cruz, María su madre. Ésta lloraba en silencio por el sufrimiento del hijo amado, mientras a su lado, Juan intentaba consolarla. Junto a ella María Magdalena y otras mujeres que le habían acompañado durante su predicación.
La muerte se hizo presente, mostrándonos todo lo que tenía de aterrador: en este caso, el sufrimiento corporal por el inacabable agotamiento y dolor de los condenados, a muerte de cruz.
En una ocasión, había oído decir a María Magdalena, que en el Antiguo Testamento libro sagrado de los judíos, hay una convicción arraigada, y es que Dios siempre acudía en ayuda de los justos.
A ello se referían los que presenciaban la ejecución: ‘Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo, y baja de la cruz’ (Mt 27, 40) Sin embargo, Dios guardó silencio en esa hora, lo que convirtió a ese momento en el más ignominioso, porque este silencio parecía dar la razón a quienes lo habían condenado.
Junto a Flavio y Marcia, contemplamos mudos el aterrador espectáculo que suponía la crucifixión. No acertábamos a comprender, del porqué de la crueldad empleada contra él.
Triste recompensa para un hombre, que durante su estancia entre los de su pueblo, había practicado el bien. Ahora, estaba colgado de una cruz, escarnecido y brutalmente golpeado, sin que nadie saliese en su defensa.
Después de la hora sexta, la oscuridad cayó sobre la tierra al irse cubriendo el cielo de nubes oscuras y amenazantes.
Alrededor de la hora nona, Jesús exclamó: << Eli ¿lamá sabactari? >> O lo que es igual ‘Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?’ Algunos de los que pasaban por allí, interpretaban que llamaba a Elías.
Más tarde Jesús dijo: << Tengo sed >>. Había una vasija de vinagre en las proximidades, donde empaparon una esponja en ella. Con una rama de hisopo se la acercaron a la boca. Cuando probó el vinagre dijo: ¡Todo está cumplido!, e inclinó la cabeza y expiró.
En ese momento la tierra tembló. Las rocas se rajaron, mientras el agua y el viento azotaban la escena. Días más tarde, comentarían los visitantes al Templo, que hasta ‘el velo’ que separaba ‘el lugar santo’ se había rasgado de arriba abajo como consecuencia del temblor que sufrió Jerusalén.
El centurión y los soldados que custodiaban el lugar, ante los hechos que se desarrollaban delante de sus ojos, manifestaron: ‘Verdaderamente éste era el Hijo de Dios’
El cuadro no podía ser más desolador. A derecha e izquierda dos condenados y ajusticiados por sus fechorías. En medio de ellos un hombre inocente. Su único delito, denunciar a la clase sacerdotal de no estar al servicio del pueblo, al que agobiaban con un exceso de leyes e impuestos, para mantenerse ellos.
Próximos a la cruz, el grupo de soldados al mando del centurión Longinos, que habían ejecutado la sentencia de acuerdo con las leyes romanas. Siguiendo con su cumplimiento, les rompieron las rodillas a los dos ladrones, mientras, que a Jesús dándole ya por muerto, le atravesaron una espada en el costado derecho, del que manó agua y sangre.
Cómo explicarían los Apóstoles después de la Resurrección, Jesús con este acto de obediencia al Padre, asumía todos los errores de la humanidad y abría unos nuevos tiempos. El hombre entraba en contacto directo con Dios, a través de su Hijo Jesucristo. Renacía el orden establecido en el momento mismo de la creación, con anterioridad a la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Iniciado el descendimiento por motivos de la fiesta de la Pascua, emprendimos el camino de regreso a la fortaleza Antonia. Durante el camino Marcia me interrogó:
—Ama ¿todo ha acabado aquí? —Y sin parar de andar añadió — ¿No le acompañaban doce amigos? ¿Cómo no estaban aquí?
Guardé silencio, ya que no tenía respuestas en ese momento. Los hechos vividos me habían dejado turbada. Los ojos llorosos y con una gran pena dentro de mi corazón, reflejo de la tristeza al pensar en el hombre bueno que habían crucificado. Todo había acabado.
La segunda noche después de la crucifixión, un nuevo temblor de tierra sacudió Jerusalén y parte de Judea. Fue una breve y ligera réplica, que no produjo daños. Sin embargo, días más tarde cuando a través de María Magdalena conocí la noticia de la insólita resurrección, hizo que dentro de mí naciera una luz de esperanza al empezar a comprender, que todo lo vivido no iba a ser en vano.
La imagen vista y retenida del cuadro del Calvario, ahondó y fructificó en nuestros corazones. Cuando tiempo después los apóstoles celebraban la Resurrección, Marcia, Flavio y yo, hacíamos reconocimiento y aceptación de Jesús como el Hijo de Dios. Por mi parte caí en un angustioso silencio. Me cerré en mí misma, para no mostrar mi total desprecio a la persona que amaba. No podía huir de Poncio, pero la crueldad por él demostrada bajo la justificación de obedecer las leyes romanas, no me permitió nunca más mostrar mi amor hacia él.
¡Qué lejos estaban aquellos años de enamoramiento! Había descubierto a una persona inestable, cobarde, ingenuo y pusilánime.
Con el tiempo supe que mi matrimonio con Poncio, había sido una maniobra de mi primo Tiberio. Él había aceptado el matrimonio por cobardía. Aun así, hoy sigo pensando en él. Le di todo y le acompañé resignada a Judea.
Los hechos ocurridos cambiaron a Poncio. Su incapacidad en aquel juicio, acabó por volverle más cruel. Ejemplo de esa crueldad, fue la represión emprendida contra los samaritanos en Gari Sin. Ante una serie de actuaciones poco políticas, permitió a las autoridades judías acusar a Poncio ante el gobernador (legado) de Siria.
El resultado de estas acusaciones, llevó a Vitelio a suspender a Pilato de su puesto de gobernador, ordenándole el regreso a Roma para ser juzgado por el César, después de diez años de estancia en tierras de Judea.
Bajo el imperio de Calígula, cayó en desgracia y fuimos exiliados a la ciudad de Vienne en la Galia. Ahora fallecidos todos mis seres queridos, se abre ante mí una nueva etapa.
El Apóstol Pedro, aquel que negara a Jesús aquellos dolorosos días en Jerusalén, antes de desplazarse a Roma, me ha hecho llegar una carta en la que me anima a ir a Filipo. Allí podré colaborar con un grupo de mujeres, que están ayudando a Timoteo. Ellas dedicaban su vida, a la difusión de la Palabra de aquel ‘Galileo’ que yo había visto morir en la cruz, a pesar del mensaje de amor que él nos proponía. El impacto del árbol de la vida elevándose hacia el cielo, ha calado en mi alma.
Ante mi soledad en Roma, he decidido incorporarme a la misión de ayudar “a otros” para dar a conocer a este Cristo que dio su Vida, para rescate de la humanidad entera. Con mi marcha a Filipo, pretendo compensar en parte el daño causado por mi esposo. Dentro de unos días, todas las posesiones que he heredado de Poncio, serán vendidas y el producto de su venta, repartido entre las diversas comunidades cristianas que están naciendo. Los cristianos somos perseguidos y rechazados por los romanos, lo que hace que algunos padezcan dificultades para su subsistencia. Espero que este ejemplo arraigue entre los notables romanos que abracen el cristianismo.
Marcia mi sirvienta fiel, a la que después de la crucifixión concedí la carta de libertad, tendrá en usufructo la casa en el Esquilino. Flavio será su compañero el resto de sus vidas.
Esperamos la llegada de Pedro a Roma. Él celebrará la boda de ambos y yo partiré después a mi nuevo destino. Esta vez el sabor de boca será agridulce. Nuevamente abandono Roma, pero esta vez el objetivo es gratificante.
Las luces del jardín ya se están apagando. Marcia está recogiendo las cosas para retirarse. Yo debía hacer lo mismo. Seguro, de que otro día estos recuerdos volverían nuevamente a mi pensamiento.
Llevábamos tres largos años de exilio en la ciudad de Vienne, y Poncio todavía temía que el emperador tomase represalias contra él. Aquella mañana, sin embargo, el tribuno y los dos soldados que le acompañaban, eran portadores de las mejores noticias emitidas desde el Palatino para él.
En su escrito, Claudio Nerón nuevo emperador romano, pedía a Poncio que abandonara el destierro y regresase a Roma. Añadía en su carta, el anuncio de la devolución de todos los bienes, que un día el emperador Calígula le desposeyera, multiplicados estos por diez.
Sólo esto, debería haber devuelto la alegría a mi marido, pero su estado anímico contenía tanta amargura, que la misma corroía sus entrañas. La situación en que se encontraba era lamentable; a su depresión, había que añadir las consecuencias de su adicción a la bebida.
A mí, sí que me reconfortó su contenido. Mi espíritu, que había sido tiempo atrás alegre, se había ensombrecido ante la dura realidad que atravesábamos. El resto de la mañana, ocupada en el ajetreo de recoger los enseres que debíamos trasladar a Roma, no me preocupé por su ausencia.
Al mediodía, al ver que Poncio no estaba en el jardín, lugar donde pasaba la mayor parte de su tiempo, decidí llamarlo. En ese momento, me di cuenta que hacía rato no se oía el canto de los ruiseñores.
Estos habitualmente, alegraban nuestras estancias en aquel idílico rincón de la casa. En su lugar, ahora solo se escuchaba el ulular de una lechuza. Mal augurio. Sentí como un escalofrío recorría toda mi espalda. Lo volví a llamar y al no recibir respuesta, me dirigí a nuestro aposento.
Aquel sentimiento de alegría, provocado por la noticia del regreso a Roma, se transformó de pronto en angustia. Abrí la puerta de la habitación. Los rayos de sol penetraban hasta el centro del dormitorio e iluminaban la cama. Sobre ella, vestido con el uniforme de prefecto, se encontraba ensangrentado y moribundo mi esposo. Poncio se había cortado las venas. Nada se pudo hacer por él.
De nuevo el dolor, volvía hacer acto de presencia en mi vida. Primero la muerte de nuestro primogénito Cayo, quien contrajo una enfermedad rara que los médicos no pudieron atajar.
Un año más tarde, Aulo nuestro tercer hijo, caía en una emboscada militar. Sin embargo, fue con la muerte de Poncia, a la que Lucano su esposo en un ataque de celos la había prendido fuego, la que nos causó mayor dolor.
Y ahora Poncio, mi esposo. Éste no había podido soportar más la angustia que sufría, desde la celebración de aquel macabro juicio contra el ‘Galileo’. Por miedo al Cesar y la presión que habían ejercido los sacerdotes, había condenado a muerte a un inocente.
Yo sabía de sus defectos, pero, aun así, le había amado con todas mis fuerzas.
A su entierro, me acompañaron sus amigos Marco Vinicio y Flavio, junto con algunos aldeanos de la villa.
Las jornadas siguientes, las dediqué a terminar de recoger los últimos enseres que quedaban, y tres días más tarde, emprendí regreso a la ciudad que no debíamos haber abandonado nunca; Roma.
Una vez en ella, me instalé en la recuperada casa, que había heredado de mis tíos Antonia y Probo en el Esquilinio, ya que yo era huérfana. Por la tarde y cuando los rayos de sol daban sus últimos tonos de color a la ciudad, sentí la necesidad de bajar al jardín. Sin darme cuenta, me senté bajo el mismo cedro con corona de rosas rojas, donde viera por primera vez a Poncio. Cerré los ojos y reviví aquellos años.
Con veinte años sabía muy bien, que no era una mujer agraciada y que además carecía de fortuna, para compensar esa falta de atractivos. Prima del emperador Tiberio, estaba considerada rara en los círculos próximos a mi primo. Yo era una fiel seguidora de las doctrinas de Pitágoras, y adepta a Isis la egipcia, culto por el que el emperador sentía una hostilidad enconada. Esto último me había causado problemas, ya que Isis pasaba por ser la protectora de las prostitutas y mujeres de vida ligera.
Llevaba cierto tiempo sin ver a Tiberio, cuando éste me sorprendió con un mensaje suyo. En el mismo, el emperador me comunicaba que tenía un pretendiente: ‘Claudia, Cayo Poncio Pilato te visitará en breve’.
En un primer momento me sentí enojada con él ¡Qué desfachatez! ¡Buscarla a ella marido! Luego más tarde, nació la curiosidad por conocerle. Al día siguiente de recibir este mensaje, una voz profunda me sacó de la ensoñación en la que me encontraba, inundando de alegría mi ser.
— ¡Te saludo Claudia Prócula!
— ¡Te saludo Cayo Poncio! ¡Sé bienvenido a nuestra casa! —Intenté que en mi respuesta no se percibiera el azoramiento que tenía.br> Era un Tribuno apuesto. No tenía más de treinta años. Algunas marcas sobre su piel, señalaban que era un soldado veterano acostumbrado al combate. Mi sorpresa fue, que días más tarde se presentó de nuevo.
Llevaba en sus manos un anillo de compromiso y en el interior de los mismos, figuraban grabados nuestros nombres. Mis tíos no pusieron reparos a la boda y los fastos se celebraron a finales de abril.
Los cinco primeros años de nuestra vida en común, estuvieron llenos de felicidad. De ese amor nacieron Poncia, Cayo y Aulo. Pero nada en la vida es completo. Esa tranquilidad y felicidad que gozábamos, se vería truncada el día en que Pilato recibió la orden de presentarse ante Tiberio.
Antes de que marchara, le conté que había tenido un sueño que había alterado mi espíritu, y le rogué que rechazase cualquier cargo que le fuese encomendado por el César. Poncio tenía prisa e insistía en marchar al Palatino, pero yo le retuve hasta poderle relatar mi sueño:
“Te encontrabas esposo mío en una lejana tierra, y unos hombres te ofrecían un cuchillo para que matases un cordero. En el momento que te acercabas al cordero, este se convertía en un niño recién nacido. Más tarde, el grupo de gente se ampliaba y unos te gritaban ¡Sacrifícalo! Y otros ¡mátalo!”
—Te ruego Cayo Poncio no hieras nunca al cordero —Él me había jurado que no lo haría. Ahora sabía lo equivocada que estaba. Pilato, pronto se olvidó de aquel juramento.
Cuando mi esposo regresó a nuestro hogar, lo hizo como gobernador de Judea y con instrucciones, aunque no era habitual, de que el viaje lo debía hacer toda la familia.
Tiberio puso una tirrena a nuestra disposición, y en tres semanas nos encontrábamos en el puerto de Cesarea. Sería nuestro lugar habitual de residencia, salvo la semana de la Pascua Judía, que nos veríamos obligados a residir en la fortaleza Antonia. En aquellas tierras forjé una nueva Claudia, muy diferente de la que conociera Poncio Pilato en Roma. A mi ir a una Judea rebelde no me apetecía. Inclusive, me costó mucho hacerme a la idea de vivir en medio de aquel pueblo, sucio, astuto y negociante, sin embargo, una esposa debe seguir a su marido hasta donde le permitan las circunstancias.
La vida no resultó fácil, pero estábamos todos juntos.
La tarde decaía y comenzaba a bajar la temperatura en el jardín, cuando Marcia apareció con un supparum (chal) para abrigarme. Vuelta a mis pensamientos, recordé como había conocido a María Magdalena. Eran los primeros tiempos de nuestra estancia en Judea.
Ocurrió en uno de mis desplazamientos a Jerusalén. El motivo era visitar al matrimonio Gallas, únicos amigos míos de Roma. Allí encontré a María de Magdala, conocida por muchos como Magdalena. Ésta mantenía una gran relación de amistad con este matrimonio. Su trato franco, hizo que enseguida fraternizáramos.
No tardó mucho en ponerme al corriente, de la existencia de un rabino itinerante, que primero en Galilea y luego más tarde en Judea, había provocado una gran expectación con sus milagros.
María me relató con toda su vehemencia, la experiencia que representaba para ella Jesús, así como los hechos fantásticos que en su compañía había vivido: la multiplicación de los panes y los peces, curaciones a leprosos, la recuperación de la vista de los ciegos. Esto me llenó de curiosidad.
Fue tiempo más tarde, en casa de Lázaro en Betania, cuando en su compañía tuve la ocasión de oír a Jesús. Allí observé el cariño que le demostraban, tanto el dueño de la casa como sus hermanas Marta y María. Éstas se prodigaban, para hacerle más cómoda su estancia allí.
Nos sentamos todos sobre unos cojines en el suelo, en lo que era la sala más grande de la casa (esta hacía las veces de comedor), y allí asistimos a una de sus pláticas. De su boca salía un mensaje de fraternidad y amor. Sin saber cómo, me encontré siendo una de las seguidoras de Jesús.
Poncio se veía obligado a viajar con frecuencia por toda Judea, lo que yo aprovechaba, para en compañía de Flavio y Marcia, seguir algunas de las predicaciones de este rabino.
Próximos los días de la celebración de la Pascua judía, Jerusalén se llenaba de gentes venidas de todas partes para su celebración. Cumplíamos el tercer año de nuestra estancia en tierras de Judea, cuando se produjeron los hechos que marcaron para siempre nuestras vidas.
El domingo anterior a la festividad, Jesús había entrado en Jerusalén sobre un borriquillo de la cercana población de Betfagé, siendo aclamado por una multitud. Judíos de todas las edades, esparcían ramas frescas de palma que cortaban a su paso, mientras que otros cubrían el camino con sus prendas de vestir.
Sus discípulos, poseídos de un miedo atroz a que lo arrestaran, no paraban de mirar de un lado a otro. El viernes de aquella misma semana, me encontré con María Magdalena. Ésta, que iba acompañada de Marcos, me buscaba cerca del atrio de los gentiles, donde en ocasiones solía acudir a oír al ‘Galileo’. Sus rostros expresaban la tristeza del momento.
Jesús había sido arrestado durante la noche del jueves, en un huerto llamado ‘de los Olivos’, y lo habían conducido al Sanedrín ante los sumos sacerdotes Anás y Caifás.
Por José de Arimatea, un anciano miembro del Sanedrín y seguidor de Jesús, supieron de la inmediatez del traslado de éste ante el tribunal de Poncio Pilato, mi esposo. La causa eran las acusaciones vertidas contra él por los sacerdotes. En su doctrina, afirmaba aspectos que estaban en contra de la interpretación severa de la Ley, que hacían los sacerdotes y fariseos. Pero lo que acabaría por convertirlo en objeto de destrucción por las autoridades religiosas, fue su afirmación: << el Padre y yo somos una misma cosa. >>
Esta era una horrenda blasfemia para los fundamentalistas hebreos, representados por la mayoría de los sacerdotes. Sin embargo, a los judíos del tiempo de Jesús, no les era lícito ni degollar una cabra, sin el consentimiento de los romanos. Los sacerdotes y fariseos, llevaban tiempo buscando la manera de hacer desaparecer de sus vidas a este profeta. Pero la gente del pueblo, cada día estaba más pendiente de sus palabras y acciones.
Su mensaje desprendía amor y compasión, lo que ejercía sobre ellos un influjo importante. Además, estaban sus milagros: curación de enfermos, leprosos, ciegos y la resurrección de su amigo Lázaro, cuando éste enfermó, murió y fue enterrado. Pronto los presentimientos de José se hicieron realidad. Jesús compareció ante Pilatos en el Pretorio de la Fortaleza Antonia (atrio del juzgado romano).
Durante aquellos años de estancia en tierras de Judea, Pilato había acumulado un odio feroz hacia los judíos. No estaba dispuesto ni a prestar ni favorecer ninguna de las intrigas doctrinales de los fariseos y sacerdotes.
Durante el interrogatorio Poncio no encontró nada que le hiciese culpable ante la ley romana. Mi esposo queriendo suavizar su relación con el tetrarca de Judea, Herodes, decidió enviarle a Jesús, alegando falta de jurisdicción sobre éste. Pero Herodes pronto lo devolvió.
En un intervalo del juicio, por medio de Flavio, recordé a mi esposo el sueño que había tenido antes de su nombramiento como gobernador de Judea. Una voz me había transmitido lo que se estaba fraguando contra Jesús. Le insistí en que no se mezclase en la muerte de un inocente.
Pilato, en un intento por evitar la crucifixión, decidió darle un castigo ejemplar, y ordenó que se le diera una tanda de latigazos. Lejos de aplacar a los guardianes de la ley y a los fariseos, hizo que éstos se volcaran más en animar al pueblo a gritar ‘¡crucifixión!, ¡crucifixión!’
Los sacerdotes no querían renunciar a la ocasión tanto tiempo perseguida, por lo que escenificaron un absurdo complot según el cual, Jesús se habría proclamado ‘rey de los judíos’.
Esta acusación si representaba una clara amenaza a la autoridad de Roma, lo que obligó a Pilato a dictar sentencia, pese a su convencimiento de que era inocente. La misma sería de muerte en la cruz.
Cuando me enteré de la sentencia, tomé la decisión de seguir a Jesús hasta el mismo Calvario, pero Flavio centurión encargado de mi seguridad, me aconsejó evitar la chusma que iba acompañar el macabro cortejo.
Vestida de sirvienta abandoné junto a Marcia y Flavio, la fortaleza Antonia. Por caminos paralelos nos dirigimos al lugar de la ejecución. El recorrido iba a ser muy duro. Después de la flagelación de Jesús, a su cuerpo débil, aún le quedaba el penoso transporte del madero de su cruz. El emplazamiento para la ejecución se llamaba Gólgota o lugar de la Calavera y se encontraba a unos 650 metros del Pretorio, pero con un desnivel en ascenso.
Cuando llegamos al sitio, aún no habían comenzado a llegar las turbas que acompañaban el pelotón de ajusticiamiento, junto a los tres reos condenados a la pena capital. Nos apoyamos en unas rocas, al pie mismo del Gólgota.
Desde esa posición, podíamos ver y oír cuanto sucediera en el conjunto del paraje. Al tiempo, nos permitía tener la visión de los tres postes verticales encajados en tierra, sobre los que colocarían los brazos de la cruz.
Comenzó a llegar hasta nosotros, el sonido del bullicio de la turba. Los soldados, de vez en cuando, tenían que empujar a la gente para conseguir un espacio suficiente para los condenados.
Llegados al Gólgota, comenzó el trabajo de los soldados. Los reos fueron desnudados uno a uno. Después, les ofrecieron un brebaje de vino aromatizado para adormecerlos, y atenuar así su sufrimiento, pero cuando la oferta llegó a Jesús, éste la rechazó. (Mt 27, 34)
Después tirándolos a tierra, les clavaron por las muñecas al madero, que cada uno había llevado hasta allí. Con una soga y una escalera, los elevaron ‘cual árbol’. Primero a los dos rufianes, después a Jesús que quedó en medio de ellos. Ajustaron los maderos con los reos a la parte superior de cada poste.
Mientras esto ocurría al pie del Gólgota, María me relató los sucesos acaecidos durante el camino recorrido: << Jesús ha caído tres veces y el centurión Longinos ha decidido que un civil llamado Cirineo, que pasaba por allí de regreso de su trabajo, cargase con el madero hasta aquí >>
Los pies de los condenados fueron clavados a una pieza de madera, que después fijaron al poste vertical. Los gritos agudos de dolor penetraban en los oídos de todos los asistentes.
El momento era angustioso y doloroso, puesto que el peso del cuerpo inerte, desagarraba tejidos y tendones de las muñecas, provocando la muerte por agotamiento y asfixia.
La curiosidad morbosa que provocó el ajusticiamiento, hizo que se congregase gente a su alrededor.
Si bien, éstos poco a poco, marcharon del lugar para ir a preparar la fiesta de la Pascua. Quedaron en el Gólgota, un reducido grupo de familiares y amigos de Jesús, junto a la tropa romana.
“Después de la crucifixión de Jesús, los soldados tomaron sus vestidos e hicieron cuatro lotes, uno para cada uno. Tomaron también la túnica, que estaba tejida de arriba abajo en una sola pieza sin costura.
Se dijeron unos a otros. “No la rompamos, sino echemos a suerte a ver a quien le pertenece.”
Así debían cumplirse las palabras de las Escrituras: “Se repartieron entre ellos mis vestidos y echaron a suertes mi túnica. Eso hicieron los soldados”.
Sobre la cabeza de Jesús pusieron por escrito el motivo de la condena: ‘Este es Jesús el Rey de los Judíos’
El ladrón situado a la izquierda de Jesús, lejos de mostrar arrepentimiento por su culpa, decidió burlarse de él. Había oído contar que éste ha dado de comer a la gente y ha efectuado curaciones milagrosas. Además, y según todos los rumores, no era culpable. Sin embargo, iba a ser ajusticiado al igual que él, que sí merecía el castigo.
Dimas, nombre por el que era conocido el otro malhechor, optó por enfrentarse a su compañero de fechorías. Le pidió respeto y paz para Jesús, ante los momentos que había de vivir. Por esta actitud, recibió la promesa del mismo Jesús, de estar aquel mismo día, ‘con Él en el paraíso.’
Entre los pocos que quedaban cerca del pie de la cruz, María su madre. Ésta lloraba en silencio por el sufrimiento del hijo amado, mientras a su lado, Juan intentaba consolarla. Junto a ella María Magdalena y otras mujeres que le habían acompañado durante su predicación.
La muerte se hizo presente, mostrándonos todo lo que tenía de aterrador: en este caso, el sufrimiento corporal por el inacabable agotamiento y dolor de los condenados, a muerte de cruz.
En una ocasión, había oído decir a María Magdalena, que en el Antiguo Testamento libro sagrado de los judíos, hay una convicción arraigada, y es que Dios siempre acudía en ayuda de los justos.
A ello se referían los que presenciaban la ejecución: ‘Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo, y baja de la cruz’ (Mt 27, 40) Sin embargo, Dios guardó silencio en esa hora, lo que convirtió a ese momento en el más ignominioso, porque este silencio parecía dar la razón a quienes lo habían condenado.
Junto a Flavio y Marcia, contemplamos mudos el aterrador espectáculo que suponía la crucifixión. No acertábamos a comprender, del porqué de la crueldad empleada contra él.
Triste recompensa para un hombre, que durante su estancia entre los de su pueblo, había practicado el bien. Ahora, estaba colgado de una cruz, escarnecido y brutalmente golpeado, sin que nadie saliese en su defensa.
Después de la hora sexta, la oscuridad cayó sobre la tierra al irse cubriendo el cielo de nubes oscuras y amenazantes.
Alrededor de la hora nona, Jesús exclamó: << Eli ¿lamá sabactari? >> O lo que es igual ‘Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?’ Algunos de los que pasaban por allí, interpretaban que llamaba a Elías.
Más tarde Jesús dijo: << Tengo sed >>. Había una vasija de vinagre en las proximidades, donde empaparon una esponja en ella. Con una rama de hisopo se la acercaron a la boca. Cuando probó el vinagre dijo: ¡Todo está cumplido!, e inclinó la cabeza y expiró.
En ese momento la tierra tembló. Las rocas se rajaron, mientras el agua y el viento azotaban la escena. Días más tarde, comentarían los visitantes al Templo, que hasta ‘el velo’ que separaba ‘el lugar santo’ se había rasgado de arriba abajo como consecuencia del temblor que sufrió Jerusalén.
El centurión y los soldados que custodiaban el lugar, ante los hechos que se desarrollaban delante de sus ojos, manifestaron: ‘Verdaderamente éste era el Hijo de Dios’
El cuadro no podía ser más desolador. A derecha e izquierda dos condenados y ajusticiados por sus fechorías. En medio de ellos un hombre inocente. Su único delito, denunciar a la clase sacerdotal de no estar al servicio del pueblo, al que agobiaban con un exceso de leyes e impuestos, para mantenerse ellos.
Próximos a la cruz, el grupo de soldados al mando del centurión Longinos, que habían ejecutado la sentencia de acuerdo con las leyes romanas. Siguiendo con su cumplimiento, les rompieron las rodillas a los dos ladrones, mientras, que a Jesús dándole ya por muerto, le atravesaron una espada en el costado derecho, del que manó agua y sangre.
Cómo explicarían los Apóstoles después de la Resurrección, Jesús con este acto de obediencia al Padre, asumía todos los errores de la humanidad y abría unos nuevos tiempos. El hombre entraba en contacto directo con Dios, a través de su Hijo Jesucristo. Renacía el orden establecido en el momento mismo de la creación, con anterioridad a la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Iniciado el descendimiento por motivos de la fiesta de la Pascua, emprendimos el camino de regreso a la fortaleza Antonia. Durante el camino Marcia me interrogó:
—Ama ¿todo ha acabado aquí? —Y sin parar de andar añadió — ¿No le acompañaban doce amigos? ¿Cómo no estaban aquí?
Guardé silencio, ya que no tenía respuestas en ese momento. Los hechos vividos me habían dejado turbada. Los ojos llorosos y con una gran pena dentro de mi corazón, reflejo de la tristeza al pensar en el hombre bueno que habían crucificado. Todo había acabado.
La segunda noche después de la crucifixión, un nuevo temblor de tierra sacudió Jerusalén y parte de Judea. Fue una breve y ligera réplica, que no produjo daños. Sin embargo, días más tarde cuando a través de María Magdalena conocí la noticia de la insólita resurrección, hizo que dentro de mí naciera una luz de esperanza al empezar a comprender, que todo lo vivido no iba a ser en vano.
La imagen vista y retenida del cuadro del Calvario, ahondó y fructificó en nuestros corazones. Cuando tiempo después los apóstoles celebraban la Resurrección, Marcia, Flavio y yo, hacíamos reconocimiento y aceptación de Jesús como el Hijo de Dios. Por mi parte caí en un angustioso silencio. Me cerré en mí misma, para no mostrar mi total desprecio a la persona que amaba. No podía huir de Poncio, pero la crueldad por él demostrada bajo la justificación de obedecer las leyes romanas, no me permitió nunca más mostrar mi amor hacia él.
¡Qué lejos estaban aquellos años de enamoramiento! Había descubierto a una persona inestable, cobarde, ingenuo y pusilánime.
Con el tiempo supe que mi matrimonio con Poncio, había sido una maniobra de mi primo Tiberio. Él había aceptado el matrimonio por cobardía. Aun así, hoy sigo pensando en él. Le di todo y le acompañé resignada a Judea.
Los hechos ocurridos cambiaron a Poncio. Su incapacidad en aquel juicio, acabó por volverle más cruel. Ejemplo de esa crueldad, fue la represión emprendida contra los samaritanos en Gari Sin. Ante una serie de actuaciones poco políticas, permitió a las autoridades judías acusar a Poncio ante el gobernador (legado) de Siria.
El resultado de estas acusaciones, llevó a Vitelio a suspender a Pilato de su puesto de gobernador, ordenándole el regreso a Roma para ser juzgado por el César, después de diez años de estancia en tierras de Judea.
Bajo el imperio de Calígula, cayó en desgracia y fuimos exiliados a la ciudad de Vienne en la Galia. Ahora fallecidos todos mis seres queridos, se abre ante mí una nueva etapa.
El Apóstol Pedro, aquel que negara a Jesús aquellos dolorosos días en Jerusalén, antes de desplazarse a Roma, me ha hecho llegar una carta en la que me anima a ir a Filipo. Allí podré colaborar con un grupo de mujeres, que están ayudando a Timoteo. Ellas dedicaban su vida, a la difusión de la Palabra de aquel ‘Galileo’ que yo había visto morir en la cruz, a pesar del mensaje de amor que él nos proponía. El impacto del árbol de la vida elevándose hacia el cielo, ha calado en mi alma.
Ante mi soledad en Roma, he decidido incorporarme a la misión de ayudar “a otros” para dar a conocer a este Cristo que dio su Vida, para rescate de la humanidad entera. Con mi marcha a Filipo, pretendo compensar en parte el daño causado por mi esposo. Dentro de unos días, todas las posesiones que he heredado de Poncio, serán vendidas y el producto de su venta, repartido entre las diversas comunidades cristianas que están naciendo. Los cristianos somos perseguidos y rechazados por los romanos, lo que hace que algunos padezcan dificultades para su subsistencia. Espero que este ejemplo arraigue entre los notables romanos que abracen el cristianismo.
Marcia mi sirvienta fiel, a la que después de la crucifixión concedí la carta de libertad, tendrá en usufructo la casa en el Esquilino. Flavio será su compañero el resto de sus vidas.
Esperamos la llegada de Pedro a Roma. Él celebrará la boda de ambos y yo partiré después a mi nuevo destino. Esta vez el sabor de boca será agridulce. Nuevamente abandono Roma, pero esta vez el objetivo es gratificante.
Las luces del jardín ya se están apagando. Marcia está recogiendo las cosas para retirarse. Yo debía hacer lo mismo. Seguro, de que otro día estos recuerdos volverían nuevamente a mi pensamiento.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
ENTREVISTA AL AUTOR DE LA NOVELA " EN EL JARDIN OLVIDADO"
—Muchas gracias, Fernando. He recibido tu última novela de la que tengo que decirte, que su lectura me ha resultado muy fácil y amena. Pero, permíteme que te pregunte algunos aspectos sobre ella. En primer lugar, ¿Por qué de una novela corta y una micro novela?
R- Las dos las tenía escritas desde hacía tiempo y aunque no tenían la misma temática, sí que había un elemento común en ambas. El mar y los viajes en barco. En mi juventud quise ser marino, pero cosas de la vida tuve que renunciar a esa pasión. No me arrepiento, pero sí que hace que este tema sea un sueño no hecho realidad.
—En que te has basado, para los personajes de la novela corta.
R- No ha sido difícil. Desde los catorce años he trabajado en empresas con numeroso personal. Las relaciones de unos con otros, las historias que han crecido alrededor del contacto diario, han sido una fuente de inspiración nada despreciable.
—¿Tantos casos se dan?
R- Más de lo que parece. Y te diré que guardo algunas de esas historias que todavía no las puedo contar, pero se podrían escribir manuales que llenarían de nuevo la Biblioteca Nacional.
—¿Por qué de la huida?
R- En algunos casos no somos conscientes los humanos de que, ante un problema de consecuencias graves, podemos vernos abocados a tirar la toalla. Al personaje le ocurre eso. Se encuentra en una encrucijada. Por un lado, sufre la incomprensión de su esposa ante el desenlace de un suceso irreversible, que él se niega a aceptar. A esto hay que añadir, que conoce la existencia de una infidelidad continuada de su esposa, con Galerón su socio. Todo ello aderezado con los problemas del día a día de la empresa, le llevan a plantearse esa opción.
—Pero la esposa ¿es entonces la mala?
R- Él en ningún momento le echa toda la culpa a ella por lo sucedido. Es más, él en más de una ocasión cree que la actuación de ella es debido a no haber hablado suficiente del tema que les separa y asume una parte de la culpa.Pero la traición le provoca más desgarro y no ve la forma de ser feliz al lado de ella.
—Sin embargo, se vuelve a enamorar.
R- Cierto. Pero hay que verlo en el tiempo. Lleva a sus espaldas la traición no de un día, ni de una semana. Sólo se dedica a trabajar y en el momento que encuentra que alguien se interesa por lo que él quiere hacer, se le vuelven abrir las puertas del paraíso perdido. Al principio ni siquiera lo ve. Cegado en preparar la marcha, no se percata de que a su lado hay una mujer que se ha enamorado de él.
— Dejemos por un momento La Huida y veamos lo que nos dices del Hijo del Pecado. ¿Cómo has llegado a esta historia?
R- En primer lugar, reconocer que soy católico practicante. Por lo que he pretendido narrar los hechos con el máximo respeto a los misioneros. Éstos con su trabajo anónimo han llevado el Evangelio a las gentes de aquellas tierras, abandonando su seguridad en los conventos. En aquellos momentos de la historia, eran gente joven inexperta a los que les llevaba la pasión por su trabajo mensajero. Hombres como los demás, que expuestos ante grupos culturales diferentes, se tenían que enfrentar a situaciones de peligro espiritual.
—Pero, la historia que narras ¿ha ocurrido de verdad o es mera ficción?
R- No tengo conocimiento de ninguna historia como la que relato. Y para mi es pura ficción. Llegar a esta historia supuso ponerme en el lugar de aquellos primeros misioneros que llegaban a tierras extrañas. No conocían la lengua ni las costumbres, así que era fácil verse metido en algún problema.
—A mis oídos ha llegado el comentario, de que una lectora del libro te pidió escribieras un nuevo final, dándote la posibilidad de alargar la historia ¿Ha sido así?
R- Sí, es cierto. Pero escribir una novela es figurativamente como un parto. Una vez que la criatura ha visto la luz, no se le puede volver al vientre materno. No habría manera de retomar la historia, ya que en mi cabeza su final es cerrado.
—¿Nos vas a contar nuevas historias?
R- Para mí es un placer, aunque en este momento y por mi situación familiar no me resulta fácil. Sin embargo, está a punto de ver la luz una nueva novela. Aclaro que no es biográfica, pero sus personajes están tomados de la realidad familiar, aunque las historias que de éstos narro no son las reales. Aclaro que no es una narración formalmente cronológica, sino que pretende explicar lo que vivieron millones de familias reflejado en cinco de ellas. Y como a través del amor van saliendo adelante en un tiempo gris. Los sucesos no son diarios y por lo tanto hay saltos en el tiempo, en cada una de las situaciones geográficas en las que se encuentra los personajes. Eso sí, no esperen un final de infarto.
—Gracias Fernando por tus explicaciones y tu tiempo. Ya estoy impaciente por leer esta nueva novela. Suerte.
R- Gracias a ti, por ofrecerme la oportunidad de poder explicar sobre lo que he escrito. Es una manera de poder hacer llegar a más de una persona, el contenido de la obra y que pueda interesarse por ella.
R- Las dos las tenía escritas desde hacía tiempo y aunque no tenían la misma temática, sí que había un elemento común en ambas. El mar y los viajes en barco. En mi juventud quise ser marino, pero cosas de la vida tuve que renunciar a esa pasión. No me arrepiento, pero sí que hace que este tema sea un sueño no hecho realidad.
—En que te has basado, para los personajes de la novela corta.
R- No ha sido difícil. Desde los catorce años he trabajado en empresas con numeroso personal. Las relaciones de unos con otros, las historias que han crecido alrededor del contacto diario, han sido una fuente de inspiración nada despreciable.
—¿Tantos casos se dan?
R- Más de lo que parece. Y te diré que guardo algunas de esas historias que todavía no las puedo contar, pero se podrían escribir manuales que llenarían de nuevo la Biblioteca Nacional.
—¿Por qué de la huida?
R- En algunos casos no somos conscientes los humanos de que, ante un problema de consecuencias graves, podemos vernos abocados a tirar la toalla. Al personaje le ocurre eso. Se encuentra en una encrucijada. Por un lado, sufre la incomprensión de su esposa ante el desenlace de un suceso irreversible, que él se niega a aceptar. A esto hay que añadir, que conoce la existencia de una infidelidad continuada de su esposa, con Galerón su socio. Todo ello aderezado con los problemas del día a día de la empresa, le llevan a plantearse esa opción.
—Pero la esposa ¿es entonces la mala?
R- Él en ningún momento le echa toda la culpa a ella por lo sucedido. Es más, él en más de una ocasión cree que la actuación de ella es debido a no haber hablado suficiente del tema que les separa y asume una parte de la culpa.Pero la traición le provoca más desgarro y no ve la forma de ser feliz al lado de ella.
—Sin embargo, se vuelve a enamorar.
R- Cierto. Pero hay que verlo en el tiempo. Lleva a sus espaldas la traición no de un día, ni de una semana. Sólo se dedica a trabajar y en el momento que encuentra que alguien se interesa por lo que él quiere hacer, se le vuelven abrir las puertas del paraíso perdido. Al principio ni siquiera lo ve. Cegado en preparar la marcha, no se percata de que a su lado hay una mujer que se ha enamorado de él.
— Dejemos por un momento La Huida y veamos lo que nos dices del Hijo del Pecado. ¿Cómo has llegado a esta historia?
R- En primer lugar, reconocer que soy católico practicante. Por lo que he pretendido narrar los hechos con el máximo respeto a los misioneros. Éstos con su trabajo anónimo han llevado el Evangelio a las gentes de aquellas tierras, abandonando su seguridad en los conventos. En aquellos momentos de la historia, eran gente joven inexperta a los que les llevaba la pasión por su trabajo mensajero. Hombres como los demás, que expuestos ante grupos culturales diferentes, se tenían que enfrentar a situaciones de peligro espiritual.
—Pero, la historia que narras ¿ha ocurrido de verdad o es mera ficción?
R- No tengo conocimiento de ninguna historia como la que relato. Y para mi es pura ficción. Llegar a esta historia supuso ponerme en el lugar de aquellos primeros misioneros que llegaban a tierras extrañas. No conocían la lengua ni las costumbres, así que era fácil verse metido en algún problema.
—A mis oídos ha llegado el comentario, de que una lectora del libro te pidió escribieras un nuevo final, dándote la posibilidad de alargar la historia ¿Ha sido así?
R- Sí, es cierto. Pero escribir una novela es figurativamente como un parto. Una vez que la criatura ha visto la luz, no se le puede volver al vientre materno. No habría manera de retomar la historia, ya que en mi cabeza su final es cerrado.
—¿Nos vas a contar nuevas historias?
R- Para mí es un placer, aunque en este momento y por mi situación familiar no me resulta fácil. Sin embargo, está a punto de ver la luz una nueva novela. Aclaro que no es biográfica, pero sus personajes están tomados de la realidad familiar, aunque las historias que de éstos narro no son las reales. Aclaro que no es una narración formalmente cronológica, sino que pretende explicar lo que vivieron millones de familias reflejado en cinco de ellas. Y como a través del amor van saliendo adelante en un tiempo gris. Los sucesos no son diarios y por lo tanto hay saltos en el tiempo, en cada una de las situaciones geográficas en las que se encuentra los personajes. Eso sí, no esperen un final de infarto.
—Gracias Fernando por tus explicaciones y tu tiempo. Ya estoy impaciente por leer esta nueva novela. Suerte.
R- Gracias a ti, por ofrecerme la oportunidad de poder explicar sobre lo que he escrito. Es una manera de poder hacer llegar a más de una persona, el contenido de la obra y que pueda interesarse por ella.
viernes, 12 de agosto de 2016
CINCO MESES, UNA FOTO
He de hacer notar, que no siempre se consigue salir indemne de esta vida. Bueno, la verdad es que nunca lo conseguimos. Pero durante nuestra estancia por estos lares, puede dar lugar a infinidad de situaciones, unas más divertidas que otras a pesar del dolor que las acompaña.
No, no, lo que a continuación se describe, no es una burla hacia esas personas que lo pasan mal, más bien diría que pretende ser un homenaje ante su conformidad por la situación que pasan y que al menos deseo hacerles presentes.
Durante estos cinco meses que llevo rodando por los hospitales a causa de una enfermedad de mi esposa, me han quedado en la retina ciertos personajes y es en parte a sus personas a las que voy a dedicar estas líneas.
Todos ellos tienen en común, qué si no fuera por las características de su manera de hablar o estar, no serían ni tan siquiera reconocidos o recordados por nosotros.
En la foto, o sea en mi retina, me queda como imaginario de todo este tiempo: la chica de los pantalones verdes. Mujer joven y guapa sumida en la locura. La sola repetición continua de la palabra “pantalones verdes” es por lo único que la pude llegar a conocer.
El hombre del bañador, es una figura inseparable de los recuerdos. Un señor bajito y regordete que llevaba sobre su espalda casi todos los días una toalla, como cualquier bañista haría en estos tiempos de calor.
La mujer cariñosa de la 260, qué ante nuestro paso por delante de la puerta de su habitación, alzaba la mano en forma de saludo o bien para que le alcanzáramos algo que se le había caído o para atraer nuestra atención.
También él hombre del móvil. Perenne en sus paseos, pero qué ante la ausencia de un pie tenía que desplazarse en una silla de ruedas motorizada, eso sí, en todo momento acompañado de un elemento determinante; su teléfono.
Luego, estaba la anciana que daba consejos sobre cómo debía ser la vida de los acompañantes a partir del momento que abandonaban la clínica. Sincera, dura, no se permitía ni un haz de sentimentalismo. La vida decía, sigue para los familiares y éstos se debían sin lugar a duda, a sí mismos
Pero también me queda proyectada tristemente otra imagen. La de algunos enfermos a los que sus familiares, numerosos según luego supe, pero que ni tan siquiera les visitaban en un domingo.
La foto es una pequeña síntesis de lo vivido hasta el momento, a la vez que un recuerdo para siempre de lo cruel que es la vida. En el momento más inoportuno, te arrancan la alegría para sumirte en el dolor. La naturaleza nos juega malas pasadas.
¿Existe la esperanza? Sí, no lo dudo, pero analicemos la situación.
Los enfermos quieren ir a sus casas. Y los familiares se ven agobiados por un trabajo extra para el que no están preparados y que inclusive pone en riesgo su propia salud.
Las residencias tienen un coste casi inasumible a parte de una larga lista de espera, que puede llevar a más de uno, a que cuando se la concedan estén gozando de la vida celestial.
En esa situación, la esperanza es que recuperen al máximo sus posibilidades de vida, si puede ser al 100%. Eso permitirá que podamos seguir disfrutando de nuestros seres queridos como hasta el momento anterior a su caída.
La otra esperanza es más dolorosa. Ante el deterioro previsible que pueden alcanzar algunas enfermedades, solo cabe esperar de los médicos, que eviten al máximo el dolor para que los enfermos puedan llegar al traspaso, con la mayor paz posible.
A todas estas personas y otras a las que no se han hecho mención, el deseo de que puedan obtener una recuperación que les permita una vida en familia.
lunes, 1 de febrero de 2016
MI ANGEL CON ALAS
Hola amigo:
Es probable, que nunca llegues a leer este escrito, a pesar de que está dirigido a ti. A lo largo de toda una vida, has sido como una sombra siguiendo mis pasos por este mundo y es de agradecer todo el esfuerzo y protección recibida.
Sé, que no te ha sido fácil recorrer el camino que he hecho y que en más de una ocasión te has llegado a plantear, renunciar a ser mi custodio. Pero al final, como les ocurre a los buenos amigos, la opción por la que has apostado ha sido, la de permanecer a mi lado en lo bueno y en lo malo.
Ahora, con un montón de años a mis espaldas, he comprobado como la parca ha comenzado a acercarse a mí en demasía. Por eso creo ha llegado el instante, de reconocer los méritos a tu labor.
Sí, ya sé que mucha gente no entenderá esta misiva, puesto que no creen en vuestra presencia y eso os ha de resultar harto desolador. Y sí, también han existido otros ángeles en mi vida, aunque estos desprovistos de tus alas.
Pero dejemos a los demás y volvamos la vista a nuestro pasado en común. Reconozco, que he planteado muchas dificultades a tu trabajo. Soy una persona inquieta y por lo tanto algo complicada. Sin embargo, no he recibido de ti ni queja ni reproche alguno. Sólo tu manto protector contra la presencia del mal externo.
Del mal que en todo ser humano habita, te has hecho cruces de cómo he ido toreando los momentos críticos, a los que la vida me ha sometido. No, no hay duda de que el lugar donde vivimos, no es un valle lleno de alegrías sino de lágrimas.
Aunque de vez en cuando, brille una luz en nuestro camino y creamos haber alcanzado la felicidad. Sin embargo, esta resulta ser tan efímera, que en numerosas ocasiones no la sabemos aprovechar, ya que los odios, celos, envidias y un largo etcétera son tan corrosivos, que no nos permiten gozar de la felicidad completamente.
Desde mi nacimiento al momento actual, ha ocurrido de todo. Momentos duros en los que he llegado inclusive a pensar, que podía perder la razón ante el dolor que sufría.
Luego llegó el amor y con este el compartir tiempos de dicha con mi amada. Más tarde habiendo alcanzado un grado más de madurez, fui colmado de la felicidad inmensa que supone el nacimiento de los hijos, el éxito en la profesión y el reconocimiento público alcanzado.
Y tú siempre has estado presente en todos esos momentos, inclusive cuando ni yo mismo he sido capaz de reconocer, que los había alcanzado.
Por eso de este escrito, que hasta ahora había quedado pendiente de escribir. Uno debe ser agradecido por todo. Y tú has hecho méritos más que suficientes, para que lo sea contigo.
Tu protegido.
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