Cuando un duende maligno penetra en una casa, la desgracia se ceba sobre ella; surgen las enfermedades, muertes, accidentes… En definitiva, todo tipo de daños y penas. En algunas partes del mundo, es en esos momentos cuando suelen aparecer los santones y las plañideras.
Los primeros, son portadores de todo tipo de amuletos y artilugios contra los espíritus malignos. Luego, con ramas de romero a modo de hisopo, fumigarán las habitaciones, con la pretensión de ahuyentar el mal. La señal de la cruz y el rezo de mil oraciones, ante otros tantos altares iluminados con velas que hay por doquier, deberían conseguir espantar los maleficios.
Las plañideras serán las encargadas de dejar constancia pública del duelo de los familiares. De manera variada, ofrecerán sus lamentos, lloros incluso en forma de gritos estentóreos, para mostrar la pena que invade a aquella familia.
En su continua forma de mostrar el dolor, en ocasiones hasta se darán golpes en el pecho (que en algunos casos dejarán al descubierto) o echándose tierra sobre la cara, cabeza y cuerpo, tratando de ocultar la presumible belleza externa.
Poco después, un ruido intenso permitirá ver un diablo rojo, que con el rabo sucio, sale corriendo en busca de su estercolero. Ahuyentado por lo hechizos, no se sabe a ciencia cierta donde irá, y si en ese correr para esconderse, tomará el cuerpo de un cerdo o de un buitre.
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