viernes, 9 de mayo de 2014

CARTA ENVENENADA

Baltimore, 8h. 1300 calle North Durham
Como cada mañana, Robert Dunnigan retiró del buzón de la puerta de su casa, la poca correspondencia que solía tener. Todavía con el pijama puesto, dado el excesivo calor que padecían, se preparó un zumo de piña y salió al pequeño mirador, donde se dispuso a leerla.
Al policía casi le saltan los ojos de sus cuencas, al tropezar con una carta que no esperaba. “El Ángel de la muerte” era el firmante de la misma. No dudó en leerla.
< No entiendo cómo siendo un reconocido detective, permite que la prensa alardee de saber más cosas de mí, que usted. Esos cantamañanas se creen ser tan inteligentes, que hasta se figuran saber cuándo me van a coger.
Pero se me están hinchando las narices ante tanta necedad, así que voy a proceder a castigarlos. Tomaré como víctima a su joven y rubia ayudante, si en el plazo de cuarenta y ocho horas no se publica un comunicado suyo, en el que se diga que lo que se dice sobre mi detención, es una falacia y que además no tienen pista alguna. Sino aténgase a las consecuencias.
Cambiando de tema, se debe estar preguntando del porqué de mis actos. La respuesta es sencilla. He cogido placer a matar gente, porque resulta más divertido que hacerlo con animales salvajes.
No, no es un acto de justicia o de castigo por lo que son, ya que su inocencia a la vista de los demás resulta real. Pero es una venganza por su trato hacia mi persona. Me odian, temen y hasta se esconden de mí. Cuando esto ocurre, en mi cerebro salta un clic, que me lleva a lastimarlos como ellos lo hacen conmigo.
El único momento de felicidad que he disfrutado, duró el tiempo de un suspiro. Ocurrió, cuando conocí a Valentina. Pero comprobé, que sus manos rechazaban las mías como si éstas estuviesen sucias, por lo tuve que castigarla.
Así, que una mañana la engañé y la conduje al bosque. Allí con un pequeño golpe en la cabeza la dejé aturdida. En su estado, me fue fácil atarla entre varios árboles y dejarla tendida.
Después con una cuchilla, comencé a rasgar sus vestidos hasta dejarla desnuda. Cuando despertó, suplicaba que no la hiciese nada. Pero de pronto, mi vista se nubló y comencé a seccionarle los pezones. Más tarde los labios y así…hasta que su sangre encharcó la tierra sobre la que estaba tumbada.
Jefe Dunnigan estoy convencido de que en algún momento me atrapará, pero mientras tanto continuaré mi caza, a la espera de que pueda encontrar una pista, que le conduzca hasta mí.
Buena suerte. El Ángel de la Muerte>>

El inspector se quedó meditando. Aquella amenaza encerraba un grave problema. La agente Mary, a la que el asesino amenazaba, era la hija del mismísimo alcalde de la ciudad de Baltimore. Así que ante la situación provocada, optó por dar prioridad al tema del comunicado, quedando la persecución del criminal en un segundo término.

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