Cuenta la Tradición, que en tiempos del emperador romano, César Augusto, éste publicó un edicto por el cual, se convocaba a todos los habitantes de Palestina a empadronarse. Cada uno debía hacerlo en su ciudad de pertenencia.
Un hombre llamado José (de la estirpe del rey David), y su esposa María (que se encontraba embarazada), para poder cumplir con este mandato tuvieron que emprender viaje de Nazaret a la ciudad de David: Belén de Judá.
Bien acercándose a las caravanas de mercaderes, o a pastores que acompañaban sus rebaños, fueron haciendo el camino hasta el lugar. Ya próximos a Belén, María se dio cuenta de que el parto estaba próximo, y se lo dijo a su esposo José.
Ante la necesidad de tener un cobijo para aquel momento, éste comenzó a preguntar en las posadas del camino, la disponibilidad de una habitación. Pero o bien, estas estaban llenas a causa de la gran afluencia de gentes, o los precios que les pedían no podían pagarlos, dado sus escasos recursos.
La angustia y los dolores por el parto se precipitaban, así que José entró en una posada más. El dueño viendo el estado de la mujer le dijo:
—Lo siento buen hombre, no me queda ninguna habitación. Pero si seguís el camino, encontraréis más adelante una gruta. Esta suele estar ocupada a veces por un pastor, pero ahora está vacía. Ir hacia allí, y os llevaremos algo de ropa para que cubráis al niño.
Después de dar las gracias al posadero, se dirigió con María al lugar. La mujer, que ya no podía más, parió a su hijo. La madre lo limpió y vistió con la escasa ropa que llevaba. Luego, lo puso de momento entre la paja de la comedora de los animales, a la espera la trajeran la ropa de abrigo prometida.
Cuando se la trajeron terminó de arreglar al niño al que envolvió en una mantita y lo volvió a situar en la comedera que le serviría de cuna. Un buey atado en el cobertizo y la mula con la que habían hecho el camino, sirvió para dar un poco calor a la estancia. Al poco una extraña luz se fijó sobre el lugar.
Los pastores de la zona, que estaban al raso cuidando de sus rebaños, al ver aquel prodigio se acercaron a la gruta. Al ver el niño, como compelidos por una fuerza, se arrodillaron ante él. Enterados los pobladores de la zona del extraño suceso, acudían al lugar con comida para la madre y leche para el niño.
Un grupo de magos, procedentes de diferentes pueblos del oriente, coincidieron en Jerusalén. Todos ellos habían acudido a esta ciudad, siguiendo la estela de una estrella que les había marcado el camino. Por unos momentos, esta desapareció de su vista. Así, que acudieron al rey Herodes preguntándole:
— ¿Dónde está el rey de los judíos, que acaba de nacer?
Herodes se turbó y convocó a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, repitiéndoles la misma pregunta.
—En Belén de Judá, pues así está escrito en la profecía:
<<Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá, pues de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo Israel>>
A Herodes la noticia le hizo sentir un escalofrío. Un rey podría disputarle su trono. Reunió en secreto a los Magos y les dijo: <<averiguar el lugar donde ha nacido, y venir después a decírmelo, así también podré acudir a rendirle homenaje>>.
Cuando volvieron al camino, se encontraron de nuevo aquella estrella que volviendo a lucir, les condujo hasta el lugar donde se encontraba el niño.
Postrados de hinojos le adoraron y le presentaron sus cofres, que contenían oro, incienso y mirra.
Los pajes, mientras tanto, habían montado un pequeño campamento para pasar la noche. Los magos, después de rendirle homenaje, comenzaban a encaminarse hacia sus tiendas, cuando el murmullo de gente y ganado que se aproximaba, les hizo girar la cabeza. Ante ellos, una caravana que no habían visto durante el camino.
El único camello que se veía, era un animal viejo que no llevaba silla alguna. La caravana carecía de jóvenes porteadores, y sólo acompañaban al Mago cinco pastores y un inmenso rebaño de ovejas. Los perros las mantenían compactas.
El hombre, pobre en apariencia, montaba el camello a pelo. Bajó del mismo y se dirigió hacia la entrada a la gruta. Se postró delante del niño y le ofreció un cofre viejo de cobre. Lo entreabrió y de el salieron unos rayos intensos de luz que iluminaron el lugar. Lo cerró y se lo entregó a José. Y se retiró como los demás a descansar.
Fue una noche de sueños. Durante el suyo, los Magos recibieron el mensaje de eludir a Herodes, y para ello debían hacer su camino de regreso por otro lado.
José se sobresaltó en medio de su sueño, que también le apercibía huir del lugar, al oír el sonido de la voz del último mago.
—Señor, despertad a vuestra esposa y coger al niño. Mis mensajeros me dicen, que se avecina peligro para él. Seguidme y os conduciré por una ruta que lo salvará.
José, sin estar todavía despierto del todo, toco el hombro de María y la dijo debían ponerse en camino, ya que un grave peligro se cernía sobre su hijo. Cargó en la mula los presentes recibidos, y entreabrió el viejo cofre, como le dijera el Mago.
Al hacerlo un haz de luz comenzó a iluminar el camino por el que debían huir. María se quedó asombrada, ya que el camello, tumbado para que ella pudiese subir, ahora llevaba una silla dorada en cuyos brazos se hallaba sujeta una pequeña cuna de madera. Nadie supo de donde había salido.
Puestos en marcha, pasaron por entre las tiendas de los otros magos, y nadie observó la fuerza de aquella luz. Los pastores que los acompañaban, hicieron que su ganado se extendiera por el camino como una especie de tupida red. Esto evitaría, que cualquier otro grupo pasase cerca del camello y su ocupante. Al mismo tiempo, el polvo que levantaba el rebaño hacía casi invisible el camello.
La noche transcurrió rápida, y cuando los primeros rayos del sol les anunciaba el nuevo día, se encontraban tan lejos, que hasta el propio Mago les dijo que el peligro había pasado.
Cuando José le preguntó, si la ruta que llevaban les conducía a Egipto, éste simplemente dijo que él no lo sabía.
—Señor, yo iba con mis pastores en busca de nuevos pastos para el ganado, cuando sentado sobre una roca, me encontré a un joven vestido de un blanco transparente. Me explicó el prodigio que se había producido en la cueva, y me entregó el cofre por si quería ofrecer un regalo al pequeño Rey. Después añadió, que lo podíais usar en caso de peligro.
Esta noche me han despertado dos de mis pastores que quedaron en Jerusalén a petición del joven. Estos me han advertido, que Herodes había dado orden de encontrar al niño, por eso hemos tenido que abandonar la gruta. La luz que desprende el cofre, nos está señalando el camino a seguir.
Cuatro largas jornadas, les llevaron a la orilla de un caudaloso río. El Mago se detuvo e indicó a los pastores levantaran el campamento, mientras que el ganado guardado por los canes pastoreaba.
Luego, se dirigió a José y le dijo:
—Señor, ya habéis llegado a vuestro nuevo destino. Según me dijo aquel joven, a poco más de tres estadios de aquí se encuentra una tranquila población. En ella encontrareis trabajo, ya que precisan de un buen carpintero. Nosotros regresaremos en busca de los pastos, tan pronto como Nadián pueda andar.
José antes de marchar, cogió unas gruesas cañas de la ribera del río. Con ellas y unas cuerdas tejió una sólida parihuela, que serviría para que el pastor pudiese ser transportado.
Cuando hubo acabado, se despidieron del Mago y sus pastores; luego, José, María y el niño con la única compañía de la mula, fueron siguiendo el margen del río en busca de su nueva vida.
Un rato más tarde, José miró hacia el lugar donde habían estado acampados, y ya no vio ni siquiera el polvo del ganado…estos habían desaparecido…
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