Acabado el ocaso, fenece el día y la noche se apodera de la ciudad. Las gentes regresan y refugian en sus casas, donde poco a poco, irá cesando toda actividad. Solo los amigos de la noche, y aquellos que sus obligaciones les mantienen fuera de ella, permanecen en acción.
Al recogernos, nuestro interior gime por extraer todo lo vivido en aquel día. Nuestros ojos internos (el alma) recorren los hechos de la jornada: felicidad, tristeza, gozo, trabajo, amistad, peleas, odios, indiferencias, etc. Cosas buenas y malas ocurridas durantes esas veinticuatro horas.
Llega el momento de arrepentirse, de aquellos hechos que no han ayudado a que el mundo sea un poco más justo; nuestra conciencia, analizará y valorará nuestra actitud en cada momento.
Pero al hacerlo, me debo imponer una serie de condiciones, para que este análisis no acabe todo en un lamento:
Al reflexionar lo haré sobre todas las cosas, no sólo las negativas sino también las positivas, ya que éstas últimas me ayudarán a seguir siendo constructivo.
En todo momento evitaré pensar que soy una víctima.
Buscaré siempre de cada acción la parte positiva.
Pensaré en los demás, sin embargo, Yo sigo siendo lo más importante para mí.
Debo evitar enfadarme, puesto que no es positivo. Para ello debo estar dispuesto, a encontrar salidas a cualquier conflicto.
Y por último debo descansar. El sueño es un reparador, físico, mental e inclusive psicológico. Durante las fases del sueño nuestra conciencia, descarga, encubre y protege a nuestro YO.
La vida continuará, y los hechos se sucederán con mayor o menor premura, pero siempre encontraré un momento, para que mi alma se serene.
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